El Congreso de España acaba de introducir el cambio de la palabra «disminuido» por «personas con discapacidad» en el artículo 49 de la Constitución. Una victoria para muchos ciudadanos -diría que para todos- en una época dónde políticas e ideologías tienden a dejar de lado a una parte de la población de una forma tan sutil como camuflada, bajo una idea mal comprendida de los derechos y de la libertad.

Este paso nos recuerda que el ser humano sigue conviviendo con una enfermedad tan grave como crónica: la de mirar a otros por sus categorías secundarias, reduciendo a las personas a ciertos parámetros, pero que ubican la dignidad de las personas en un segundo plano. Ya pasaba en tiempos de Jesús cuando los enfermos y los pecadores se hundían en el estigma, en el prejuicio y en el rechazo de su propia sociedad. Y es que, más allá de los usos propios de cada lenguaje, el apellido no puede estar por delante del nombre en nuestra vida, y el recluso es antes persona que recluso, el enfermo es antes persona que enfermo y el inmigrante es antes persona que inmigrante.

En un mundo fascinado por las identidades, las categorías, las etiquetas y los colectivos, momentos como estos nos retan en nuestra tarea y misión de defender el valor de la dignidad humana, de cada vida humana, sencillamente por estar creados a imagen y semejanza de Dios. La misma dignidad que nos recuerda con insistencia que la vida humana tiene un valor infinito por encima de su pasaporte, de su enfermedad, de su sexo y de su religión, y, que como humanidad, estamos llamados a defenderla y a no dejar a nadie atrás, tenga la discapacidad que tenga y sean cual sean sus circunstancias.

No podemos olvidar que el buen gobernante no es el que reparte derechos por doquier, sino el que es capaz de proteger y acompañar cada vida humana dentro de una sociedad. Quizás debería ser un momento para avanzar más allá de lo simbólico que tanto gusta a nuestros políticos y preguntarnos qué leyes y qué formas de vida atentan contra la dignidad del ser humano. Y a partir de ahí actuar con valentía, justicia y buenas dosis de fraternidad.

 

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