Muchas veces prefieres callarte. Dejarlo correr. Si total, tampoco va a tener ningún efecto, no voy a cambiar nada la forma de pensar del otro. Aunque te cabrea y no deja bien. Algo dentro de ti late con rabia diciéndote que cada vez que atacan tu vivencia religiosa te están atacando a ti, a lo que eres y lo que quieres ser.

Otras decides salir en defensa de aquello que crees y por lo que luchas. Incluso le preguntas a tu acompañante, tu catequista, tu guía de grupo sobre cómo responder a los ataques que recibes, pides argumentario y respuestas. Y te frustras porque muchas veces no los hay. Te hace sentir más outsider todavía en un mundo en el que hay respuesta para todo y nada queda sin explicar.

A veces te parece incluso que se exagera cuando decimos que ser cristiano es ser contracultural. Que realmente no es para tanto y que los privilegios de que disfruta la Iglesia pesan más que la incomprensión que a veces tenemos que aguantar. Sin embargo, si miramos más allá de nuestra Iglesia cercana, nos damos cuenta de una realidad de persecución que no deja de crecer. El cristianismo es un enemigo incómodo en muchas partes del mundo, porque presenta un modo de vida, el seguimiento, que choca frontalmente con cómo entendemos el poder y la relación con el otro.

¿Qué hacer pues, ante esta realidad de persecución, a pequeña o gran escala? Podemos optar por retirarnos a los cuarteles de invierno, hacernos fuertes en nuestra identidad y devolver el ataque. Perseguir a los que nos persiguen. O podemos optar por el silencio, por retirarnos a nuestros oasis y no aventurarnos en el desierto, limitarnos a una vivencia personal de la fe, en nuestras comunidades consolidadas. ¿Hay otra alternativa? «Amad a vuestros enemigos, rezad por los que os persiguen» (Mt 5, 44). Esta no es una frase para enmarcar o poner en una taza, al estilo Mr. Wonderful. Es una invitación a un compromiso real, serio de encuentro con el otro, no desde la confrontación, sino desde la relación con Dios. Rezando por él, haciéndole bien, demostrando con las obras lo que a veces no pueden las palabras. Situando a Dios en el centro de mi vida y viviendo mis opciones desde el seguimiento que he elegido.

Cuando nos enfrentamos a la persecución, a la burla, al desprecio, dentro o fuera de la Iglesia, podemos dejar que el odio o la rabia nos dominen, también el miedo o la indiferencia. Jesús propone que nos domine el amor, la entrega, el servicio. Perseguidos, sí, pero sin renunciar a lo más básico de nuestra vida: la opción por el amor de Dios.

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