Nos estamos topando en estos días con la noticia de Dani Alvés y su presunto delito de violación. Mientras que las versiones van y vienen, se contratan abogados y se van recabando pruebas, el futbolista permanece en prisión y acompañado por lo que se llama «preso de confianza», que le ayuda a sobrellevar tan difícil situación.
¿Cómo un futbolista internacional, famoso, guapo, con familia, con dinero… puede llegar a esto? Al margen de que sea culpable o no, no dejo de pensar en cómo una persona puede llegar a perder el norte por unos minutos y cargarse su vida (y la de otros). Pienso en Alvés, y pienso en tanta gente que, por un momento de diversión (o de lo que ellos creen que es diversión), truncan su existencia para siempre. Quedas marcado, como Caín fue marcado por su delito. Una marca a la vista de todos, que condicionará para siempre tu imagen, tus relaciones, tu trabajo, tu proyecto… Una marca que sentirás como un peso sobre ti y que difícilmente podrás olvidar y podrán olvidar.
¿Qué lleva a alguien hasta ese punto? ¿Qué le faltaba en su vida? ¿Dónde puso la frontera entre el bien y el mal? Estos interrogantes (y otros muchos) me remueven por dentro. Porque, en el fondo, lo que le ha pasado a Dani Alvés puede pasarnos a cualquiera. Todos, por nuestra mala cabeza, podemos echarlo a perder todo en cuestión de minutos.
Creo que ahí está el quid de la cuestión: en esos minutos. Los de flaqueza, que nos llegan a todos. Ante esto, solo se me ocurre una posible ayuda: examen de conciencia. No, no estoy hablando de confesiones. Estoy hablando de revisión de vida: cómo estamos, qué nos mueve por dentro, qué nos ubica y qué nos hace desubicarnos, qué es lo importante, qué me hace feliz y qué hace feliz a los que me rodean… Esto es, recordando las palabras de san Pablo: dónde estamos poniendo nuestra confianza.
Hay que parar, revisar la brújula y ver dónde queda el norte, nuestro norte. Porque es muy fácil perderlo y, a veces, muy difícil desandar lo andado y retomar la ruta.