- La ternura y el dolor que transmite son bellísimas. Sin ser una película con muchos artificios, cuenta una historia que ya vimos en Heidi (y de ahí el guiño del libro que Eibhlín – la prima de su madre – le mete en la maleta al final de la película) y también en Matilda, pero sin comicidad, sin ser grotesca ni fantástica. Sientes esa ternura y ese dolor porque Cáit es una niña buena, que sólo necesita cuidados y amor (lo que, en definitiva, necesita cualquier niño). Pero es que, además, la actriz que la interpreta (Catherine Clinch) hace que sientas que es verdad todo lo que ves. Esa mirada de disculpa continua (parece que se disculpa por existir) que poco a poco va cambiando a la mirada de una niña curiosa, que busca vivir gracias a los primos de su madre y no simplemente subsistir.
- Las imágenes están muy cuidadas, el desorden y la suciedad en una casa y el orden y la limpieza de la otra, que colocan o descolocan al espectador sin resultar de otra manera que no sea sutil, para que entiendas a Cáit y también, por qué no, a esos padres que no saben ni por dónde salir. O transmitir, por qué no, la paz de la casa de Eibhlín (aunque en esa casa haya una gran ausencia).
- Es la primera película de Colm Bairéad, director irlandés que con 40 años rodó esta preciosidad. A los que tenemos menos de esa edad, aún nos queda esperanza de poder hacer alguna maravilla que haga llorar mucho por la belleza que ha resultado.
