- En primer lugar, por la interpretación de un actor como Eduard Fernández, que esta vez se mete en la piel de un migrante llegado de Extremadura a Barcelona, y que con su tozudez consigue, primero, levantar el barrio y, más tarde, que el autobús llegue a un Torre Baró del que las autoridades pasaban.
- Este tipo de películas, pese a caer a veces en una lógica de buenos y malos un tanto gruesa, no dejan de tener su épica: la de los pobres ninguneados tantas veces por las instituciones, que solo ven en ellos mano de obra barata y no ciudadanos con los mismos derechos que los demás.
- La película muestra cómo existen ocasiones en que no hay más remedio que “liarla” un poco para que se haga caso a los que menos tienen. Pero no se hace apología de la violencia ni nada por el estilo. El acto “subversivo” consiste, al
final, en “secuestrar” un autobús y llevarlo a uno de esos lugares que apenas cuentan. - Porque permite asomarse a la Barcelona de los años 70 y del posfranquismo, a veces incluso con imágenes de la época. Los mismos que tuvieron que “exiliarse” de las zonas más empobrecidas de España no fueron siempre bien tratados por los lugares –fundamentalmente grandes ciudades– que les acogían.
