Es un clásico quejarse de que los jóvenes del grupo no van a misa, que solo van cuando a su grupo les toca preparar algo. O padres que solo se pasan por la capilla cuando toca la comunión. Que cómo se van a acompañar, si no rezan, ni solos ni con sus familias. Que ya no solo no se confiesan, sino que no saben hacerlo, y algunos no saben ni lo que es. Que cuando suben a leer en misa, no tienen ni idea. Que no saben estar, ni se saben las partes de la misa…
Todo esto es cierto, y no hay que ser cura para darse cuenta de ello. Y también criticar a los jóvenes es algo muy habitual, ya Séneca decía que las generaciones venideras, por defecto, siempre parecían peores. Pero quizás el foco no hay que ponerlo en los jóvenes, quizás está en aquellos que los acompañamos, porque a veces no nos tomamos muy en serio lo que decimos vivir. Porque propugnamos vivir la fe, pero no se nos ve nunca por misa. Porque sabemos que hay que perdonar, y no pasamos nunca por el confesionario. Porque decimos que hay que comprometerse, y no hacemos nada gratuitamente. Porque decimos que hay que tener una relación cercana con Dios, y no rezamos habitualmente…
En educación es fundamental la imitación. En lenguaje religioso se dice predicar con el ejemplo -es decir, testimonial, confesante y autoimplicativo-. No podemos pretender ser pastores sin ser ejemplos ni referentes con nuestra propia vida. Por eso, quizás antes de criticar a los jóvenes, piensa cómo transmites la fe con tu vida: en misa, en la vida de la Iglesia, en tus compromisos, en tu modo de ser cristiano, en tus relaciones… Porque lo que no hagas tú, difícilmente se lo podrás exigir a los demás, de eso se trata ser referente, porque no se puede ser un buen pastor sin pringarse y sin querer oler a oveja.