¿Os acordáis de aquellos tiempos en que, si no aprobabas una materia a lo largo del curso, la tenías que aprobar en la convocatoria extraordinaria, después de las vacaciones de verano? Pues eso se acabó. Ahora el gobierno propone que un alumno pueda pasar de curso sin necesidad de aprobar esa materia pendiente. Cito textualmente: «Se podrá pasar de curso directamente, sin tener que aprobar la convocatoria extraordinaria, si así lo consideran los profesores de forma colegiada».

Yo, como profesora, leo esto y me pregunto: ¿dónde queda entonces el esfuerzo? ¿Dónde queda el «saber levantarse de una caída» si eliminamos las caídas, o hacemos como que no existen?

Entiendo que con esta serie de medidas se trata de impedir que nadie se quede atascado en su proceso educativo. Como profesora, estoy muy a favor de procurar que los estudios sean para las personas motivo y ocasión de su promoción como persona, y no de su hundimiento, pero no a toda costa. Estoy muy de acuerdo con tener en cuenta el trabajo diario (y no solo el que se realiza en un examen), así como las circunstancias y peculiaridades que rodean a cada alumno (su nivel de esfuerzo, el uso que hace de sus capacidades, su participación, su compromiso con su trabajo…), pero cuando se toman medidas como estas que arriba menciono se crea una especie de agujero negro en el sistema educativo por el que pueden entrar todo tipo de casos, sean justos o no. Ya se sabe que, en cuanto vemos un atajo que la ley permite, los seres humanos nos solemos agarrar a él.

El tema detrás de esto es qué tipo de personas estamos formando en las escuelas. Términos como ‘suspender’, ‘recuperar’ o ‘repetir curso’ asustan mucho. En las aplicaciones que los gobiernos proporcionan al profesorado para poner las notas de sus alumnos se ha eliminado la posibilidad de poner el cero, y todo lo que pueda oler a ‘fracaso’ se ha demonizado. No queremos hacer que un alumno pueda sentirse mal, ni siquiera cuando un cero pueda describir el hecho de que no ha hecho absolutamente nada (que alguno hay) o cuando repetir curso pueda ser la mejor manera de que el chico o la chica madure y alcance el éxito en su proceso educativo.

No estoy de acuerdo con ‘abaratar’ el trabajo diario, ni con rebajar las metas o descalificar el sacrificio y la constancia como caminos para llegar a algo en la vida. Y, desde mi humilde opinión, creo que eso es lo que se consigue con este tipo de medidas. Confundimos facilitar con favorecer, y cae sobre nosotros, los profesores, y no sobre el alumno, la consecución del ‘éxito’. Y así vamos, formando personas blandas, sin capacidad para encajar los golpes de la vida, con la certeza de que se merecen todo simplemente porque creen merecerlo.

Muchas veces reflexiono que, de la cruz, solo nos quedamos con el palo vertical, el que apunta hacia arriba, el que va del suelo al cielo. Dejamos a un lado el palo horizontal, el que se cruza en ese camino ascendente, en el que se sujetan las manos para quedar colgado. No terminamos de entender la cruz, o la entendemos mal. O la evitamos, aunque muchos la tengamos en el cuello… de adorno.

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