Nadie ni nada

Nadie estuvo más solo que tus manos

perdidas entre el hierro y la madera;

mas cuando el pan se convirtió en hoguera

nadie estuvo más lleno que tus manos.

 

Nadie estuvo más muerto que tus manos

cuando, llorando, las besó María;

mas cuando el vino ensangrentado ardía

nadie estuvo más vivo que tus manos.

 

Nadie estuvo más ciego que mis ojos

cuando creí mi corazón perdido

en un ancho desierto sin hermanos.

 

Nadie estaba más ciego que mis ojos.

Grité, Señor, porque te habías ido.

Y Tú estabas latiendo entre mis manos.

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PastoralSJ
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