Te miro crucificado
un mar de preguntas
emergen en mi entraña
intentado entender con
el corazón
la única manera
de acompasarme
a tu misterio.
¿Cómo es posible que al ver a Judas
mojar el pan en la fuente,
no le delates?
¿No te suena a descaro brutal
oír en tu cara “yo no”
y verle después llorar
cual niño abandonado
y regañado?
¿Quizás es más humano
fundirte en un abrazar eterno
y acurrucarte en la caricia femenina
no alejarte entre los olivos
que orar solo y
verles dormir
como braceros agotados?
¿No hubiese sido más productivo
correr a Nazaret
refugiarte en Betania,
navegar a la otra orilla
que dejarte besar traicioneramente
y atrapar como
un animal herido?
¿Cómo es posible
que hayas hablado tanto
que seas Palabra
Verbo encarnado,
y cuando te podrías defender
y hablar
ante tanto tribunal
humano, religioso, político y amigo
solo “soy yo” es
lo único que brota
de tus labios fríos?
¿Te parece comprensible,
justo y bueno,
que aquellos que te siguieron
con la sencillez de un “ven”
compartieron contigo
hogar, mesa, faena y andares,
salgan corriendo ahora
se refugien en casas
de puerta cerradas?
¿No te parece falso
que los que gritaron
Hosanna, Hosanna,
al entrar en Jerusalén,
que fueran alimentados
con miles
de peces y panes,
ahora griten Barrabás, Barrabás,
y sean incapaces
de dar un paso
al frente al verte
apaleado, herido
y torturado?
¿Cuál es el sentido
de gritar
en la cruz
que Dios te abandonó
cuando tú mismo
eres entraña,
Amor de su amor,
Hijo predilecto,
segunda persona
de una Trinidad
que parece
escondida?
Y ya sí que es estremecedor
e incomprensible,
verte en la cruz
expirar, rindiéndote
a la injusticia y al mal.
Quizás he comprendido
poco de tu vida
y de tu original
forma de salvarnos.
Una sola respuesta
ante tanta pregunta.
Tú eres Dios,
Inagotable
Misterioso
Pobre, hermano, amigo
Amor y entraña.
Compañero. Señor.