La ley, sí, pero ¿qué ley?
No la del puro que observa,
desde una barrera de cumplimientos,
a los equivocados, los perdidos,
los transgresores.
No la de quien agarra la piedra
y lapida al culpable
en nombre de un Dios cruel.
No la de la virtud jactanciosa,
o el discurso hipócrita.
No la de la brizna en el ojo ajeno,
ni la del ego desmesurado.
No la que esclaviza y no libera.
No la de credos impuestos.
¿La que se cumple por miedo? ¡No!
La del amor. Solo esa.
Que se conmueve, arde,
celebra y lucha;
que tiende los brazos.
que entiende las caídas,
que aspira a todo
desde el saberse poco.
La de la entraña estremecida
ante el misterio del prójimo.
La del sollozo compasivo
que no renuncia a la esperanza.
La que sostiene la vida
sin conformarse con menos.
La de la risa sincera.
La de vaciarse hasta la última gota.
Y vivir. Y morir. Y resucitar.
Esa ley.