Echa las redes

Desde que Tú te fuiste

no hemos pescado nada.

Llevamos veinte siglos

echando inútilmente

las redes de la vida,

y entre sus mallas

sólo pescamos el vacío.

Vamos quemando horas

y el alma sigue seca.

Nos hemos vuelto estériles

lo mismo que una tierra

cubierta de cemento.

¿Estaremos ya muertos?

¿Desde hace cuántos años no nos hemos reído?

¿Quién recuerda la última vez que amamos?

 

Y una tarde Tú vuelves y nos dices:

«Echa la red a tu derecha,

atrévete de nuevo a confiar,

abre tu alma,

saca del viejo cofre

las nuevas ilusiones,

dale cuerda al corazón,

levántate y camina».

Y lo hacemos sólo por darte gusto.

Y, de repente, nuestras redes rebosan alegría,

nos resucita el gozo

y es tanto el peso de amor

que recogemos

que la red se nos rompe cargada

de ciento cincuenta esperanzas.

¡Ah, Tú, fecundador de almas: llégate a nuestra orilla,

camina sobre el agua

de nuestra indiferencia,

devuélvenos, Señor, a tu alegría

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