Hemos recibido un espíritu de hijos que nos hace clamar: «¡Abba! Padre» (Rom 8, 15). Y porque este espíritu está alrededor, somos capaces de vencer a los miedos de cada día. Somos capaces de perdonar en un mundo que tanto necesita la reconciliación. Y somos, como los apóstoles, capaces de vivir llenos por dentro y lanzados hacia fuera. De esto se trata.