El problema no es lo cutre, es el sacar pecho y enorgullecerse ante lo cutre. Y sí, empiezo entonando un mea culpa. Confieso que no lo hago adrede y que más que orgullo lo que me nace es conformismo. Quizás por eso no me doy cuenta, hasta que llegan algunos más jóvenes y me echan en cara lo cutre que soy. Supongo que algo de verdad tienen.
En la historia de la Iglesia (y de las religiones en general), la belleza, la perfección, la armonía… lo estético en definitiva, siempre ha sido camino que ayuda a encontrarse con Dios. Creo que en cierto momento histórico, tras el Concilio Vaticano II, en pos de un liberarse de ciertos formalismos clericalistas, tanto en la pastoral como en la liturgia se fueron dejando atrás dimensiones que se vivían como ataduras. De alguna manera buscando modos y estilos más cercanos a la gente y a los jóvenes. Con muy buena voluntad y gran sentido pastoral. Pero dejando de lado y prescindiendo de las formas hasta, sin mala intención, caer en el extremo contrario, en el que todo cuidado «da igual», aproximándose así peligrosamente a la cutreza. Si bien no soy yo de aquella época, sí que soy heredero de ese estilo.
Hace unos días leía en redes un artículo pastoral de una congregación religiosa que decía que «El fondo es más importante que la forma». Hace unos años lo habría suscrito letra por letra. Porque lo creía y lo vivía. Pero pienso que la generación más joven que viene por detrás, no para de recordarnos que la forma es tan importante como el fondo. Incluso más, diría yo. Me temo que la forma no deja de ser expresión del fondo –aunque a los que somos cutres nos cueste verlo–.
Quizás la ley del péndulo y las nuevas generaciones nos están empujando y ayudando a recordar que lo estético, la expresión corporal, el tiempo y los esfuerzos invertidos en cuidar un espacio o una actividad, son tan importantes o más que la actividad misma; en el sentido de que, si el objetivo es acercar el joven a Dios, el «envoltorio» y el cuidado puesto en él, son el primer paso para ello. Por eso me temo que a quienes creemos que «nuestro fondo» es el adecuado pero nuestras formas siguen pareciendo cutres, nos toca estar bien despiertos y examinar si lo vivimos con orgullo haciendo de ello nuestra bandera o si, simplemente, es que nuestro gusto y sensibilidad no dan para más.