Es muy común que, cuando alguien nos está explicando o contando algo, y siente que no lo estamos entendiendo o que se está yendo por los Cerros de Úbeda, termine diciendo, “bueno, da igual”. Reconozco que esta frase me retumba en los oídos, me genera frustración y en cierto sentido, refleja un cierre anticipado de la conversación que me desmotiva. La otra persona asume sobre la marcha que yo no podré entender lo que me dice o que no me interesa, así que prefiere no seguir sobre ello. Siempre he creído que esta actitud banal nos aleja sin querer de una verdadera comunicación.
En lugar de rendirme, yo suelo decir: “No, no da igual. Tal vez si me lo explicas, lo puedo entender”. Esta forma de responder abre las puertas a un diálogo más enriquecedor, porque no se trata solo de ser comprendidos, sino de esforzarnos por comprender.
Al decir “no da igual”, también estamos reafirmando la importancia de lo que se está discutiendo o contando. Cada conversación tiene valor, incluso si no siempre encontramos las palabras perfectas. Muchas veces, el malentendido no es por falta de interés, sino por la forma en que nos comunicamos.
Así, en lugar de cerrar una puerta, abrimos un espacio donde aprender de los demás, siendo más pacientes, atentos y comprensivos. Porque, en realidad, pocas cosas “dan igual” cuando se trata de conectar con otros.