Recientemente ha saltado a la palestra una noticia de corte tremendista que tanto gustan en los noticiarios de la televisión; sí, esas que predicen cualquier catástrofe en términos muy elocuentes para una fecha por venir en la que, probablemente, ninguno de los presentes estemos ya para confirmarla o desmentirla.
El caso es que un Instituto de Estudios sobre la Familia, con base en Estados Unidos, ha previsto que “el matrimonio está desapareciendo en Gran Bretaña y es probable que se extinga en algún momento de la segunda mitad de este siglo”. El instituto vaticina que tal cosa ocurrirá justo en 2062, vaya usted a saber por qué.
En España, la caída de la nupcialidad se observa con pavor contemplando las cifras del Instituto Nacional de Estadística: de los 271.347 matrimonios constituidos en 1975 a los 148.588 del año 2021. El matrimonio está en crisis: la gente se casa menos y con más edad y las uniones se rompen con más asiduidad. Menudo desafío para los agentes de pastoral juvenil.
“No me caso con nadie” ha dejado de ser una frase metafórica para tomarse al pie de la letra: cada vez hay más personas que no consideran la posibilidad de mantener una pareja estable en la que criar a los hijos. Ni siquiera se considera la posibilidad de tener descendencia: hasta ese punto ha llegado la desesperanza en nuestras sociedades tecnologizadas. Se hace urgente que los políticos tomen conciencia de este problema y que los creyentes devolvamos la esperanza, al menos, a la caja donde Pandora la encerró atemorizada, según el mito.
La tarea del cristiano es, hoy más que nunca, devolver la esperanza a este mundo. Y ahí sí que no me caso con nadie.