«No juzgará por las apariencias, ni condenará sólo por lo que oye decir, sino que juzgará a los débiles en justicia, y defenderá con rectitud a los pobres de la tierra.» (Is 11,3-4).

En Adviento, la Iglesia se prepara para celebrar el misterio de la Encarnación, en el cual esta promesa encuentra su realización en Jesús. Este período nos invita a esperar activamente, a preparar el corazón y el mundo para la llegada de aquel que vino, viene y vendrá a transformar nuestras vidas y nuestra historia.

El profeta Isaías anuncia que el Mesías no juzgará según las apariencias ni condenará por lo que simplemente escucha decir. En un mundo donde las apariencias a menudo determinan el valor de las personas, y donde el juicio y la condena son muchas veces rápidos y sin compasión, Cristo aparece como alguien que discierne profundamente, que ve más allá de lo superficial y que obra en favor de los marginados y oprimidos. Jesús, en su encarnación, revela a un Dios que se hace cercano, que entra en nuestras realidades para sanar, restaurar y renovar.

La encarnación de Cristo significa que esta justicia y esta bondad no son meras palabras o promesas lejanas, sino que están presentes “hoy y ahora” en medio de nosotros. En cada gesto de amor, en cada acto de solidaridad y en cada búsqueda de justicia, Cristo sigue encarnándose en la historia. A través de la vida de Jesús, vemos a un Dios que no discrimina, que acoge a todos sin excepción y que desafía a las estructuras que oprimen y marginalizan. La encarnación es, entonces, el cumplimiento de esta profecía, porque Jesús se convierte en la justicia de Dios en acción.

Adviento nos llama a vivir esta promesa en nuestro propio presente, a ser agentes de esta justicia que mira más allá de lo superficial y defiende a los pobres de la tierra. Nos recuerda que cada persona, especialmente los más vulnerables, son dignos de una atención especial, de una justicia que escucha y no se limita a juzgar. El llamado a la justicia del Adviento es un llamado a permitir que la encarnación de Jesús siga sucediendo en nuestro mundo, a que su amor y su justicia habiten en nuestros actos y nuestras relaciones, en cada lugar donde haya una necesidad de esperanza y redención.

Que este tiempo de Adviento nos inspire a ser presencia de Cristo en el mundo, a luchar por una justicia que brota desde el corazón y que refleja la misericordia divina.

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