Francia está conmocionada por la noticia de la muerte del fotógrafo René Robert. Un legendario fotógrafo de 84 años que murió recientemente tras caerse y estar varias horas sin recibir auxilio en las gélidas calles de París. Una noticia que estremece y entristece, pero seamos realistas, solo es noticia por la gran paradoja de que era conocido y apreciado por su gran carrera artística. Como esta historia hay muchas otras cada día. O dicho de otro modo, ¿cuánta gente es ignorada en las calles de nuestras grandes ciudades porque llevamos demasiada prisa, estamos demasiado acostumbrados o sencillamente son mendigos y eso es lo que les toca? ¿Cuántos sin nombre morirán cada día esperando que alguien les dirija la mirada? ¿Cuántas veces habremos pensado que eso es cosa de los servicios sociales y que no merece la pena complicarse la vida?
Aunque no lo queramos, esta noticia saca a la luz la sabiduría del pasaje del buen samaritano. Pues pese a que a muchos les siente mal, muestra cómo el Evangelio se hace verdad cada día y no está pasado de moda. Y sobre todo, nos recuerda que nuestro hermano no es el que vive, trabaja y vota como nosotros, más bien es aquel con el que no compartimos nada y aun así tiene la misma dignidad y por eso requiere nuestra ayuda.
Y es que, no nos engañamos, podemos valorar de muchas maneras y a través de muchos estándares la calidad de una sociedad a todos los niveles. No obstante, un indicador que no falla –al menos en cuanto a lo moral se refiere– es la capacidad de cuidar al que sufre, al último, al olvidado. Y aquí entran vagabundos, enfermos, inmigrantes, desempleados, presos y un largo etcétera. Sin embargo, no seamos ingenuos, cualquiera de nosotros podría haber pasado e ignorado a otros tantos «fotógrafos» caídos como él en los márgenes de nuestras calles. La pregunta –2000 años después– sigue siendo la misma: ¿quién es mi prójimo?