«Esto es un trabajo duro. He trabajado duro durante mucho tiempo y no se trata de ganar. De lo que se trata es de no rendirse. Si tienes un sueño, lucha por él. Hay una disciplina para la pasión, y no se trata de cuántas veces te rechazan o te caes o te golpean. Se trata de cuántas veces te levantas, eres valiente y sigues adelante». Esas fueron algunas de las palabras de Lady Gaga al recoger el Óscar a la mejor canción en la última gala de los premios más famosos del cine.
Decir estas palabras en una entrega de premios parece que no tiene mucho mérito. Es fácil decir que no se trata de ganar mientras recoges uno de los premios más codiciados de tu profesión. Es decir, una vez que tu trabajo ya te ha dado una enorme recompensa. Y sin embargo encierran una gran verdad. Es en el después cuando podemos valorar el éxito o fracaso de lo que hacemos, cuando nos daremos cuenta de si ha merecido la pena o no.
A veces un fracaso, una frustración de un plan, un revés nos hace abandonar de inmediato todo nuestro esfuerzo. Tiramos por la borda aquello que no nos da un rendimiento inmediato, sin pararnos a pensar que el recorrido hecho ya es un logro. Podemos distraernos y colocar delante la recompensa que realmente queríamos. Pero eso nos cierra el camino. Fin de la partida. Has trabajado y no has conseguido nada ¿Qué más puedes hacer?
O por el contrario podemos intentar avanzar con una mirada más completa de la realidad. El camino es tan importante, si no más, que la meta a la que queremos llegar. Por eso es difícil hablar de trabajo inútil. Lo cotidiano, el trabajo que nadie ve, es aburrido y a veces no queremos más que salir de él. Pero tiene un valor por sí mismo que estamos llamados a reconocer.
Todas las horas de encierro, de trabajo monótono, solitario, de ensayos y equivocaciones, de repetir una vez y otra lo mismo, tiene un sentido por sí mismo y es tan esencial como el premio que recogerás, o no, al final del camino. Y en la medida que le reconoces ese valor el resultado pasa a ser más un aprendizaje que una meta en la que levantar las manos y dejar todo correr. Si ganas un éxito, aprendes el camino por el que debes seguir y si fracasas, aprendes que tu rumbo debe ser reorientado. Y en ambos casos, sigues adelante. Sin esperar a que te traigan o te lleven a un sitio u otro. Decidiendo adónde quieres llegar y trabajando para hacerlo. Aunque no llegues.
El camino te enseña por sí mismo. Recorriéndolo creces, aprendes y ganas.