«No sé hacer ni un huevo frito, no sé hacer ni un huevo frito, ooggh». Con esta patética –en su sentido más divertido– confesión acaba Rigoberta Bandini Canciones de amor a ti, uno de los temas del que es su primer disco, Emperatriz. Para corroborarlo, en las últimas escenas del videoclip la vemos pelearse con un huevo ya bastante chamuscado, protegiéndose del aceite que salta de la sartén.
En una canción que habla sobre la experiencia de la maternidad, sobre la imposibilidad de escribir canciones de amor que no sean para su hijo, la declaración sobre el huevo frito contrasta inmediatamente con el resto de las cosas que dice Rigoberta, y consigue así su efecto: resulta que la persona que ha sido capaz de algo tan bestia como traer un niño al mundo, no sabe hacer ni un huevo frito. Que seres que se atascan en cosas tan pequeñas como freír un huevo, atarse los cordones o cortar bien un melón o un trozo de queso seamos, a la vez, capaces de embarcarnos en proyectos que nos sobrepasan por todas partes, es algo que no deja de llamar la atención, y nos tendría que llevar a preguntarnos quiénes somos y para qué estamos hechos.
Hay muchas historias que nos cuentan que los hombres y las mujeres «servimos» para meternos en aventuras que parece nos duplican, triplican en tamaño. Zambullirse en algo así hace que nuestras torpezas se relativicen. Recuerdo cuando en la Odisea Ulises y sus compañeros acaban prisioneros en la cueva del cíclope Polifemo, uno de los hijos (los dioses griegos solían tener familia numerosa) de Poseidón, el del mar. Se habían metido en ese lío atraídos por unos quesos enormes. Uno se preguntaba: ¿cómo podrán salir de ahí? Imposible. Y, sin embargo, Ulises y los suyos se las ingeniaron para dejar ciego al cíclope. Lograron no dejarse mirar por esa amenaza caníbal que quería engullirles. Tampoco la muerte –caníbal último– pudo retener a Jesús, que había experimentado en Getsemaní una confianza más radical que cualquier oscuridad. Su ingenio era el Padre.
«Se te multiplica todo», dice sin cantar la Bandini en su canción, «para lo bueno y para lo malo». La maravilla de la aventura lleva aparejado su «dolor», sus «miedos», y por eso uno se pregunta si es que no estaremos hechos por una Confianza más grande que cualquier amenaza, aunque a veces cueste de creer. Cuando aquella vence y seguimos adelante, experimentamos que hay algo más alto que esas empresas que parecen desbordarnos, que Alguien se las ha ingeniado para mirarnos y abrazarnos por encima del ojo del cíclope.
Metidos en su Aventura, ¿qué más da si no sabemos ni freír un huevo?