Os voy a contar una historia verídica que me ha pasado hace un par de meses. Hablando de todo un poco con unas personas que conocía de forma superficial, salió el tema de la religión. En primer lugar dieron por supuesto que yo era ‘no creyente’ o sea, ‘normal’, es decir, como ellos. Luego empezaron con la interminable retahíla de reproches a la Iglesia de todos los tiempos, sin quererlos poner en su contexto y como si los herederos fuéramos responsables del pasado. La conversación llegó a subir de tono poniéndose ofensiva. Yo todo el tiempo escuchando tranquilamente, intentando entender algo. Os adelanto que al final no entendí nada.
Intenté razonar desde su postura y comprendí perfectamente que una persona puede no creer en nada. No presenté ninguna objeción, no porque yo estuviera en minoría, sino por respeto absoluto y honesto. Después llegó el momento de explicar la postura inversa. Quizás por el empeño que tenían en razonar intelectualmente aspectos de la religión o de la fe que son de por sí irracionales, o no sé exactamente por qué motivo, aquello fue una serie de monólogos que no consiguen convertirse en diálogo. Mi conclusión fue que, a veces, ni hablando se entiende la gente. Yo creía que la libertad de pensamiento y religión consiste en que cada persona tiene sus ideas y creencias. Pero tras aquella conversación parecía que la libertad consiste en que los demás opinan como yo o están equivocados. Para remate ni siquiera me admitieron que ellos tenían sus propios dioses y credos. Una pena.
Pero mi historia no acaba aquí. Días después coincidí con una de esas personas y me contó un problema de calibre considerable que le estaba amargando la vida. Y para terminar, atención, que esto es verídico, me dice textualmente que ella no cree pero que por favor, si yo creo, o tengo una tía o una abuela que crean, que por favor pidamos por ella, porque necesita un milagro a algo así. ¡Glups! ¿Alguien entiende algo? Intenté decirle que lo que necesitaba no era un milagro. Lo que necesitaba era CREER, tener confianza en Dios, esperanza, creer en su propia resurrección aquí y ahora. Me temo que no fui capaz de trasmitírselo. Definitivamente una pena.