Comienza la celebración de la eucaristía de cada domingo. Suena: «Pan para el hambriento y agua que nos da de beber». Es fácil sentir que nos invita a participar de la mesa de la comunión, a tomar el pan y el vino. Sin embargo, va un poco más allá: repón fuerzas aquí, sí, porque luego vas a salir de tu lugar de confort, de tu gente conocida, del calor de tu comunidad, para ir al resto de la vida a dar de comer y de beber a quien lo pide a gritos. “Gratis lo recibisteis; dadlo gratis.” (Mt 10, 8). Todo lo que tú tienes, Dios te lo ha dado para que también lo entregues.
De poco sirve recrearnos en la intimidad de nuestras celebraciones si nos encierra en nosotros mismos. El verdadero encuentro nos impulsa a implicarnos con quienes necesitan pan, calor, respeto, acogida, escucha, alegría… El deseo que expresa esta canción creemos que es el deseo de Dios para cada uno de que seamos esperanza para aquellas personas que se encuentran en las fronteras del mundo. Junto a ellos, todos somos uno en Cristo.
Pan para el hambriento
y agua que nos da de beber.
Somos voces en salida
y signo que en tu nombre ha de ser:
palabra que acoger,
servicio en el amar,
familia en que crecer.
Nos convocas libres
a esta mesa para ofrecer
toda la alegría,
porque en tu fiesta queremos ser
palabra que acoger,
servicio en el amar,
familia en que crecer.
Y hazlo tuyo, Señor, sólo tuyo.
Lo poco que de mí dependa que sea tuyo.
Que cada vez que voy
Tú ya me esperas.
Que sea aquello que soy…
…como Tú quieras. Señor, que seamos uno;
que llegue la buena noticia a todo el mundo.
Cantando que desde tu amor
ya no hay fronteras,
llamados a ser piedra viva
de nuestra Iglesia.
TSNC