Tenemos nuestras vidas muy planificadas y llenas de actividades, unas obligadas y otras de disfrute. En definitiva, no nos queda tiempo para nada más. No sé. Me da la sensación de que la vida me lleva en lugar de ser yo quien la guíe.
La vida misma transcurre en la cotidianidad que nos va construyendo. Por eso se hace necesaria la pregunta: ¿desde dónde surge todo lo que hago? ¿En función de qué elijo hacer esta actividad, participar de esto o lo otro, dar prioridad a unas cosas o a otras? Sin duda, una parte viene dada por la obligación del tipo que sea: laboral, de los estudios, familiar… Aunque también están aquellas acciones que me gustan tanto y, sin embargo, pueden venir motivadas por el hecho de que los demás me admiran o me siento muy guay alrededor de los críos. Es más. Hasta puedo quedar para tomar unas cañas, pero ese día justo no me apetecía mucho salir. ¡Mira tú! Todo tiene su reverso y sus porqués.
En cada momento del día, haga lo que haga o esté con quien esté, tengo la oportunidad de responder conscientemente al Amor, desbordante y gratuito, con más amor. Entonces ya no me atraparán las tareas ni siento que la vida se arrastre sin que yo la maneje. Ahora ya es cuestión de dar sentido a lo que hago respondiendo a la experiencia de Dios en mi día a día. Puede que esa respuesta pase por una entrega total en una misión enorme, tal vez en otro estado de vida. Pero probablemente se trate de entregar todo lo bueno que soy y tengo. ¿Cómo acojo este Amor y me puede ayudar a crecer y dar sentido profundo a mi vida?
Parece fácil, pero es nuestro día a día y donde nos jugamos nuestra misión y nuestra respuesta auténtica a todo lo que Dios ha desbordado en cada uno simplemente porque nos ama, y yo lo he descubierto.
Hoy, sin más dilación, se te entrega esta oportunidad de responderle a Dios. Ojalá puedas decirle: «Hoy yo me ofrezco a amar».
Dime cómo puedo ofrecerte
todo el amor que tú me das.
Tus manos son como semillas
que se transforman para dar.
Hoy yo me ofrezco.
Hoy yo me ofrezco a amar.