Dicen que soy muy peliculera. Puede ser que sea porque soy bastante exagerada y rozo sin querer la interpretación: si me doy un golpe en la pierna con la mesa dramatizo tanto que, de repente, saldrá de quién sabe dónde un árbitro y le sacará una tarjeta roja a quien tenga al lado. Pero también puede que me lo digan porque el cine me encanta, sobre todo cuando la película que veo de alguna manera me hace reflexionar. Me hace cambiar aunque sea la percepción sobre algo, por pequeño que sea. Y esa, amigos, es la magia del cine. Dejémonos de explosiones o alienígenas con aspecto de humano perfecto. Lo bueno, como todo en la vida, es que te hagan pensar.
«La esperanza es algo bueno, quizás lo mejor de todo y las cosas buenas no mueren» dijo Tim Robbins en Cadena Perpetua. Y entonces, como era de esperar, me paré a pensar. Porque a simple vista, siempre he pensado que la esperanza tiene un poco de autoengaño. Grandes dosis de positivismo indiscriminado. Lo último que se pierde es la esperanza, dicen. Buena resignación. Y es que, la mayoría de las veces, he preferido ejercitar la esperanza sin nombrarla.
Sin embargo, últimamente, me he dado cuenta de que la esperanza nos hace salir de nosotros para ser algo más, o al menos para intentar serlo, que al final es lo bonito. Comprender sin haber sabido antes, creer sin que exista algo (tangible) que nos garantice. Hoy en día, tener esperanza es tener un tesoro. Porque lo que sale de nosotros y se proyecta hacia algo extraordinario, tan solo porque la esperanza lleva consigo cosas buenas, está cargado de altas dosis de fe. Porque sí, la esperanza es esa forma de fe, tan humana y tan de Dios, que poca gente es consciente de que está impresa en nosotros, porque somos una panda de suspicaces. Tenemos esperanza porque llevamos a Dios con nosotros. Porque creemos en Él. Y si hay a alguien a quien le da por no creer, cree al final en su obra, y no hay más que decir. Por mucho que no quiera nombrarlo, como me pasaba a mí con esa dichosa palabra.
La esperanza es una muestra de la presencia de Dios en nuestras vidas. Dejamos en sus manos, o bien en las del azar para los más escépticos (da igual el nombre que pongas si todos sabemos leer entre líneas), un anhelo, un proyecto. Gracias a la esperanza apostamos, porque vemos nuestra vida convertida en algo mejor, aunque solo sea en nuestra mente. Gracias a la esperanza, avanzamos. Gracias a la esperanza, nos ilusionamos. Evolucionamos. Y es que, amigos, sin duda alguna, la esperanza es el motor de nuestras vidas.