El 9 de noviembre se cumplen 30 años de la caída del Muro de Berlín. Y de vez en cuando hay que volver a mirar ese muro. Mirar el muro, pero no para decir que has estado en Berlín o para dar vida a Instagram en tiempo de exámenes. Treinta años después, mirar el muro es un ejercicio terapéutico que deberíamos hacer todos los europeos y cualquier ciudadano al que le duela un mundo roto, porque más que un símbolo, es una cicatriz.

Mirar el muro y descubrir que ha habido miles de personas que se han dejado la juventud e incluso la vida por cruzar fronteras. Mirar el muro es repasar las consecuencias que tiene dar pábulo al odio y al resentimiento. Mirar el muro para aceptar que se puede hacer las cosas de forma pacífica y que el diálogo es la única solución. Mirar el muro para recordar qué pasa cuando la ideología –sea del signo que sea– está por encima de las personas y que cada vez más necesitamos una política sana, honesta y ejemplar. Mirar el muro y ver que en Occidente sigue habiendo muchas heridas que sanar.

Treinta años después el muro de Berlín se ha convertido en un recuerdo del pasado, sin embargo el viejo continente vuelve a luchar con los mismos fantasmas que le llevaron a blindar fronteras para separar personas. Después de varios siglos y millones de muertos costó mucho llegar al entendimiento y la construcción de una Europa donde poder convivir en paz y en libertad. Ojalá esta generación, y también las que vengan, contribuya a seguir derribando muros y a hacer de este gran lugar un proyecto de entendimiento y solidaridad entre pueblos y personas.

Te puede interesar