Hay un refrán que dice: “En fin Serafín, más corre el galgo que el mastín”. Favorece la velocidad del galgo frente al paso más lento pero constante del mastín. Lo rápido se valora más que lo profundo.
Podemos experimentarlo de cerca… semanas atrás las clases de algunas facultades comenzaron a vaciarse. El nerviosismo ante los exámenes produce un trasvase de las aulas a las bibliotecas. Toca hacer en poco tiempo lo que no se ha hecho durante el curso. A veces somos como galgos que miramos a los mastines con cierta superioridad ¿para qué emplear cinco meses si puedo hacerlo en tres semanas siendo el resultado “oficial” el mismo? Preferimos las carreras de velocidad a las pruebas de fondo. Pero el resultado no puede ser igual. El degaste es mayor y lo que se retiene e incorporamos a nuestra persona es mucho menos si “tragamos” montañas de apuntes. Ahora estas palabras sirven para poco pero se trata de ayudar para que en próximas ocasiones podamos llevar ese ritmo constante que va dejando un poso y una profundidad en el estudio, que es lo que lo convierte en formativo y nos ayuda a madurar intelectualmente.
Con las cosas de Dios sucede de manera similar. El grano que se siembra va creciendo en silencio, tras mucho riego y espera. Entonces se perciben los frutos de aquello que iba creciendo en silencio con mimos y cuidado. En lo de Dios no existe la comida rápida.
El refrán acaba diciendo: “… mas si el camino es largo más corre el mastín que el galgo”. Nuestra vida, en los estudios y en la fe (Dios así lo quiera) es un camino largo que requiere sus tiempos.