Hay una anécdota que me contó quien fuera mi superior en la primera etapa en la Compañía que me encanta, por graciosa e instructiva. Y el otro día me acordé de ella mientras le daba vueltas a la llegada de un nuevo Adviento. Resulta que, unos años antes, en mitad de un partido de fútbol, un novicio le hizo una entrada fuerte al compañero que llevaba el balón y lo derribó. Hasta ahí lo propio del fútbol. El punto viene en que nuestro novicio villano, en lugar de acercarse y tenderle la mano para que se incorporara, pasó a su lado y le gritó: ¡Y chupa la maldita cucharilla!

Con aquella entrada, además de la jugada, se había intentado poner fin a la costumbre del apaleao de usar una cucharilla para servirse mermelada y luego dejarla tal cual sobre el mantel, manchándolo. Cada día. En cada desayuno. Y es que, aunque sea bien cierto que el roce hace el cariño, la convivencia diaria con nuestra familia y amigos, con los compañeros de estudios o trabajo, y también con tantos otros más o menos desconocidos, necesita de una dosis grande de humildad y de paciencia. Y para ello más nos vale que venga el Señor a ponerlas en nuestras vidas. Porque uno puede levantarse un día con un humor de perros y ser desagradable; otro puede no darse cuenta de que un comentario suyo aparentemente gracioso resulta en realidad hiriente; alguno puede ser todo corazón pero más bruto que un arado en el trato, y otro puede que simplemente sea demasiado tímido para hablar las cosas. Por eso todos nosotros podemos llevar una mochila más o menos cargada con heridas sufridas en carne propia u ocasionadas a otros, molestias que se pueden ir enquistando y alimentando de manera que cada día pesen más. Y a veces el peso puede llegar a romper a las personas.

Dice san Ignacio que el amor consiste en comunicación de las dos partes. Por eso, Señor, ven sobre nuestras pequeñas rencillas del día a día. Por eso, Señor, ven sobre nuestros prejuicios, nuestras timideces y miedos, nuestras manías, para que en este Adviento no dejemos de hablar las cosas con calma y confianza, para que no falte comunicación, para que no nos falte de tu amor. Ven, Señor, si hace falta que chupemos la cucharilla y, sobre todo, si nos entran ganas de derribar al delantero.

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