Ven, Señor, a nuestra santa madre Iglesia, porque en ocasiones en lugar de amar a todos los que nos rodean, dejamos que el odio o simplemente la indiferencia, se apodere de nosotros. Quizá para que vengas tengamos que recordar que nos has dado «un mandamiento nuevo: amaos los unos a los otros como yo os he amado. Por el amor que os tengáis los unos a los otros, reconocerán que sois discípulos míos» (Jn 13, 34-35).

Ven, Señor, a nuestra santa madre Iglesia, porque en ocasiones en lugar de mirar a las personas con esperanza y bondad, decidimos juzgarlas y criticarlas injustamente. Quizá para que vengas tengamos que recordar que estamos invitados a «ser compasivos como nuestro Padre es compasivo. No juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados» (Lc 6, 36-38).

Ven, Señor, a nuestra santa madre Iglesia, porque en ocasiones en lugar de preocuparnos de los pobres y de los que sufren en el mundo, vivimos preocupados de nosotros mismos y nos olvidamos que ellos nos necesitan. Quizá para que vengas tengamos que recordar las palabras de Jesús que nos recuerdan que «tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me alojasteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel y fuisteis a verme. Os aseguro que cuando lo hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mt 25, 31-40).

Ven, Señor, a nuestra santa madre Iglesia, porque en ocasiones en lugar de vivir nuestra vida desde la alegría y el agradecimiento, nos dejamos dominar por la angustia y la tristeza. Quizá para que vengas tengamos que recordar que como cristianos estamos invitados a «estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres. Que todo el mundo os conozca por vuestra bondad» (Flp 4, 4-5).

Ven, Señor, a nuestra santa madre Iglesia, porque en ocasiones en lugar de anunciar la buena noticia del evangelio, vivimos una fe ‘triste’ que no consigue hablar bien de Dios y no es capaz de transmitir la esperanza que Jesucristo trae al mundo. Quizá para que vengas tengamos que recordar las palabras de Jesús en las que nos recuerda que «he venido a dar vida a los hombres, vida en abundancia» (Jn 10, 10), invitándonos así a todos a «ir por todo el mundo proclamando la buena noticia del evangelio» (Mc 16, 18).

Ven, Señor, a nuestra santa madre Iglesia, porque en ocasiones en lugar de confiar en Dios, nos fiamos solo de nuestras fuerzas, poniendo nuestra confianza sólo en nosotros. Quizá para que vengas tengamos que recordar las palabras de Jesús que nos aseguran que «si tuvierais una fe del tamaño de un grano de mostaza, diríais a este monte: muévete, y se movería; nada os sería imposible» (Mt 17,20).

Ven, Señor, a nuestra santa madre Iglesia, porque en ocasiones en lugar trabajar por mejorar el mundo, lo hacemos solo por mejorar nuestra vida. Quizá para que vengas tengamos que recordar el ejemplo que nos diste en la última cena «¿comprendéis lo que acabo de hacer? Vosotros me llamáis Maestro y Señor, y tenéis razón, porque efectivamente lo soy. Pues bien, si yo, que soy el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, vosotros debéis hacer lo mismo unos con otros. Os he dado ejemplo, para que hagáis vosotros lo mismo» (Jn 13, 12-15).

Ven, Señor, a nuestra santa madre Iglesia y a cada una de nuestras vidas porque te necesitamos para poder «amarte con todo nuestro corazón, toda nuestra mente y todas nuestras fuerzas» (Mc 12, 30) y así poder «amarnos los unos a los otros como tú nos has amado» (Jn 13, 34-35).

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