Nicolás Copérnico fue un astrónomo polaco del siglo XVI que revolucionó nuestra comprensión del universo. En una época en que todos creían que la Tierra era el centro de todo, Copérnico demostró que era el sol alrededor del cual giraban los planetas. Su descubrimiento desafió las creencias de su tiempo y nos obligó a vernos como una pequeña parte de algo mucho más grande. El principio de copernico nos enseña una lección poderosa: la Tierra no es el centro del universo. Este cambio no solo transformó la ciencia, sino que también fue un llamado a mirar más allá de nuestro ego. Nos recuerda que hay una realidad más amplia, en la que somos parte de un propósito mayor y una creación que no se limita a nuestras propias ideas.

Jesús, en su vida y mensaje, nos invita a una transformación similar. En un mundo que valora el poder, el reconocimiento y la importancia personal, Jesús nos muestra otro camino. Él, siendo el Hijo de Dios, no buscó exaltarse a sí mismo, sino que vivió en humildad, poniendo al prójimo, especialmente al más necesitado, en el centro de su amor y atención. Jesús nos enseña que nuestro verdadero valor no radica en ser el centro, sino en estar al servicio de los demás, en vivir el amor de Dios con generosidad y compasión.

Así como el principio de copernico nos invita a salir de una visión egocéntrica, el mensaje de Jesús nos llama a abandonar el «yo» como el centro de nuestras vidas y, en su lugar, poner a Dios y al prójimo en el centro. En esta perspectiva, descubrimos nuestra verdadera identidad: no somos el centro, pero somos profundamente amados y valorados en los ojos de Dios. Y en ese amor, estamos llamados a ser luz para el mundo, como pequeños reflejos del amor divino, girando alrededor de Dios, la fuente de toda vida. «El que quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”Marcos 9,35.

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