La Paz, Bolivia, 3.700 metros de altura, la noche del 21 de marzo de 1980, un jeep secuestra a Luis Espinal que regresa del cine de ver la película Los desalmados para su posterior crítica en la radio. Alguien escucha un grito. Su cadáver es encontrado al día siguiente por un campesino en un basural junto a La Paz. Su cuerpo presenta huellas de tortura y 17 balazos. A su entierro asisten unas 80.000 personas, en su tumba siempre hay flores frescas y la inscripción: ‘Asesinado  por ayudar al pueblo’. El parlamento de Bolivia lo proclama mártir de la libertad. Dos días después será asesinado Monseñor Romero en El Salvador.

¿Quién era Luis Espinal? Había nacido en 1932 en un pueblo cercano a la ciudad ignaciana de Manresa, en 1949 entra en la Compañía de Jesús. Allí lo conocí como un joven entusiasta, sencillo, muy reflexivo, callado, un poco tímido, muy sensible ante la realidad, honrado y noble, con un gran sentido poético y una profunda vivencia espiritual. Acabados sus estudios y ordenado sacerdote, se especializa en medios de comunicación social (MCS) en Bérgamo. Radio, cine, TV y periodismo serán el instrumento de su futuro trabajo apostólico, primero en España y luego en Bolivia.

En la España franquista le censuran un programa de TVE llamado Cuestión urgente. Espinal dimite y se va a trabajar a Bolivia. Es el año 1968, el año del mayo francés y  de la reunión en Medellín de los obispos latinoamericanos donde asumen el Concilio Vaticano II como un llamamiento a trabajar por la justicia y los pobres. En Bolivia se encuentra con la dictadura de Bánzer (1971-8). Espinal utiliza los MCS para denunciar la pobreza y la injusticia, para criticar la falta de libertad, las masacres, los exilios, el narcotráfico:
«Deseamos a la patria un 1972 sin pena de muerte, con universidades funcionando normalmente, sin campos de concentración, sin terrorismo ni detenciones».
«Por fidelidad a Cristo la Iglesia no puede callar. Una religión que no tenga la valentía de hablar en favor del hombre, tampoco tiene el derecho a hablar en favor de Dios».

En 1977 participa en una huelga de hambre con mujeres mineras que piden amnistía para los presos políticos, enseña cine en la universidad, dirige el semanario crítico Aquí, entra en conflicto con sectores oficiales y también con algunas instancias eclesiales. Sabe que su vida corre peligro en Bolivia, pero no regresa a España: «No es cristiano quien ahorra la vida para sí: el agua estancada se pudre».

Espinal no es un simple profesional de los MCS, ni un político. Es un profeta. Y como todo profeta sus palabras nacen de una profunda vivencia espiritual y mística, de su fe en el Dios de la vida, del seguimiento apasionado de Jesús de Nazaret: «Señor Jesucristo, nos da miedo gastar la vida. Pero la vida Tú nos la has dado para gastarla, no se la puede economizar en un estéril egoísmo… La vida se da sencillamente, sin publicidad, como el agua de la vertiente, como la madre da el pecho a su hijito, como el sudor humilde del sembrador».

Después de su muerte encontraron en su mesita de noche el evangelio de Lucas, abierto en el capítulo 23: Jesús es condenado a muerte por Pilato.

La vida y muerte de Espinal son como una parábola del Reino: el Reino de Dios es como un joven que lo deja todo, va en busca de los más pobres, lucha por la justicia y es capaz de entregar su vida por los demás, como Jesús de Nazaret.

El martirio de Espinal me impactó: desde 1982 estoy en Bolivia. ¿Qué te aporta a ti el testimonio de Luis Espinal?

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