Estos días el Vaticano ha dado luz verde a la canonización de Carlos Acutis. Un beato italiano, alumno del colegio de los jesuitas de Milán, que falleció de una fulminante leucemia cuando tenía tan solo quince años. Apasionado por María y por la Eucaristía, era aficionado a la informática y las redes sociales, al igual que tantos otros, pero convencido, como solía decir él, de que “todos nacen como originales pero muchos mueren como fotocopias”.
Es sin duda uno de los santos referentes para los jóvenes de hoy. Pero más allá de la curiosidad que nos puede despertar un santo millenial, conviene recordar que la santidad no es cosa de otro tiempo. Son los “santos de la puerta de al lado”, que diría el papa Francisco. Es una posibilidad para cada uno de nosotros. No se trata de aspirar a estar en los altares. Es vivir el Evangelio con radicalidad, a grandes dosis, sin medias tintas. Es intentar descubrir a Dios en todas las cosas, anunciarlo con obras y con palabras y dejar que la fe sea el motor de nuestras vidas.
La vida de Carlos Acutis tiene una gran sabiduría: para los cristianos es más importante tener una vida ancha que tener una vida larga. Una vida donde haya amor, fe y esperanza. Una vida con sentido y, por tanto, con vocación. Una vida donde los pobres tengan un lugar y la Iglesia sea nuestro hogar. Una vida en la que, como decía Carlos, “nuestra meta debe ser el infinito, no lo finito. El infinito es nuestra Patria. Desde siempre el Cielo nos espera”.
La decisión de buscar la santidad sigue estando en nuestro tejado. Y tú, ¿qué haces para ser santo?