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 Internet alberga millones de comunidades, de blogs y de websites, Youtube y Facebook, a través de los cuales nos relacionamos sin compartir jamás el mismo espacio físico, ¿por qué razón no podemos pertenecer nosotros también a una comunidad virtual? ¿Por qué tenemos que ir a la Iglesia?

A responder a esta pregunta dedica el dominico T. Radcliffe sus siempre sugerentes reflexiones. La tesis de esta obra (que retoma la cuestión donde su anterior libro ¿Qué sentido tiene ser cristiano? la había dejado) es que la Eucaristía es ciertamente un drama; representa el drama fundamental de toda existencia humana. Nos forma como personas que creemos, esperamos y amamos. A estas tres acciones las llamamos habitualmente “las virtudes teologales”, y lo son porque implican participar en la vida de Dios. La fe, la esperanza y la caridad (el amor) son formas mediante las cuales Dios puede morar en nosotros y nosotros sentirnos a nuestras anchas en Dios. Radcliffe nos presenta la Eucaristía como un drama en tres actos, correspondientes a las tres virtudes teologales. Cada acto nos prepara para el siguiente. Para el primer acto, el de la fe, se sirve del evangelio de san Lucas que refiere la Anunciación y la Visitación de María a Isabel, para indagar en lo que significa creer. Para el segundo acto, la esperanza, el autor sigue más estrechamente la estructura de la liturgia, dado que la esperanza se expresa a través de unos signos que apuntan a lo que no podemos decir. Para el último acto, el amor, se sigue el evangelio de san Juan, para ayudar a comprender la comunión en Cristo y el triunfo del amor sobre el odio y la muerte. Este libro no es un comentario sobre la liturgia eucarística, ni tampoco una teología de la Eucaristía. Se trata, en palabras del autor, “de una muy torpe indagación respecto de la forma en que la Eucaristía tiene que ver con todo”. 

 “Si nos atiborramos de grasientas hamburguesas cinco veces al día y luego vamos al gimnasio una vez a la semana, probablemente le veremos poca utilidad al ejercicio físico. No tendría ningún sentido dentro de una vida que apunta en otra dirección. Ir a la Eucaristía no es como ir a ver una película. Podemos pasar de la calle al cine y quedarnos cautivados por el drama que vemos en la pantalla. Nos quedamos enganchados en una historia que comienza y acaba en un par de horas. Pero la Eucaristía es el drama de la totalidad de la propia vida, de la cuna a la tumba, y más allá. La Eucaristía remodela nuestro corazón y nuestra mente como personas cuya felicidad reside en Dios. El gran benedictino Dom Gregory Dix hablaba del homo eucharisticus, el hombre eucarístico, una nueva forma de ser humano.”

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Editorial

Desclée de Brouwer

Año de publicación

2009

Páginas

321

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