«Tengo suerte, Señor, y lo sé. Tengo la suerte de conocerte, de conocer tus caminos, tu voluntad, tu Ley. La vida tiene sentido para mí, porque te conozco a ti, porque sé que este mundo difícil tiene una razón de ser, que hay una mano cariñosa que me sostiene, un corazón amigo que piensa en mí, y una presencia de eternidad día y noche dentro de mí. Conozco mi camino, porque te conozco a ti, y tú eres el Camino. El pensar en eso me hace caer en la cuenta de la suerte que tengo de conocerte y de vivir contigo» (fragmento de su versión personal del Salmo 1).
«Quiero romper el silencio de mi timidez con la desvergüenza de mi grito. Que la gente se vuelva y mire. Soy presa del dolor, y por eso grito. Que mi dolor te llegue en mi grito. Mi dolor no es sólo el mío, sino el de mis hermanos y hermanas, mis amigos, los pobres y oprimidos, todos los que sufren y se inclinan ante el peso de la injusticia y la dureza de la vida. Mi grito es el grito de la humanidad en pena, millones de voces unidas en una, porque el sufrimiento nos unes a todos en el parentesco del dolor común. Por todos ellos grito con la sinceridad de mi dolor mientras resuenan sus ecos en este valle de lágrimas» (fragmento de su versión del Salmo 141)