Cuando hablo con amigas mías —algunas de ellas madres como yo— compartimos recientemente un sentimiento: como una presión en el pecho, de quien no puede sostener este mundo dolido y doliente. Y nos preguntamos, y me pregunto, ¿qué puedo hacer yo ante tanto sufrimiento? Desde hace unos meses me muevo, cual péndulo al ritmo del compás de los acontecimientos, entre la esperanza y la desesperación, entre la garra, la valentía y el liarse la manta a la cabeza, y la flojera, la desesperanza y la tristeza. Y así se me pasan los días, preguntándome qué puedo hacer y queriendo solo vivir mi día a día como si el mundo no me doliera.
Sin duda que, como generación, hemos evolucionado de la “globalización de la indiferencia” del Papa Francisco a la “globalización de la impotencia” que nos remarca el Papa León. Somos más conscientes de lo que le ocurre a este hermano y hermana porque hemos salido al encuentro, pero nos sentimos abrumados para dar respuesta a una realidad que nos supera, de la que creemos no tener poder para transformarla.
Y en medio de esta oscilación entre el deseo de cambiar el mundo y el cansancio de no saber cómo, el Papa León nos ofrece una brújula: la cultura de la reconciliación. No como un concepto abstracto, sino como una forma concreta de encontrarnos, de sanar, de perdonar, de reparar. Nos invita a ser “expertos en reconciliación”, a tratar con delicadeza las memorias que sangran, a acercarnos con paciencia, a reconocer que compartimos los mismos sueños y las mismas esperanzas. Nos recuerda que no hay enemigos, solo hermanos y hermanas. Y eso, aunque parezca pequeño, es revolucionario.
Quizás no podamos sostener el mundo entero, pero sí podemos sostenernos unos a otros. Podemos practicar gestos de reconciliación en lo cotidiano: en nuestras familias, comunidades, trabajos. Podemos ser testigos de que el bien también se transmite, y que es más fuerte. En este tiempo de globalización de la impotencia, el Espíritu nos llama a ser artesanos de paz, sembradores de esperanza, tejedores de vínculos. Porque, como dice el Papa León, “para poner el bien en circulación, debemos convertirnos en expertos en reconciliación”. Y eso sí está en nuestras manos.



