Cada noche de Sábado Santo, Zamora se sobrecoge al ver salir a sus calles a la Virgen de la Soledad. Se trata de una imagen del año 1886, fruto del arte y sobre todo de la fe del imaginero Ramón Álvarez. Su secreto es uno solo: la sencillez. Sencillez que se expresa en su vestimenta de luto severo y riguroso. Sencillez que se plasma en sus manos entrelazadas y orantes que buscan aceptar una voluntad de Dios que María no acaba de entender por la tristeza y el desgarro, pero que intuye que no dejará a su Hijo en el sepulcro. Sencillez que se encarna en su rostro triste, de ojos bajos y lastimeros, de los que caen unas pocas lágrimas tan sentidas como discretas. Sencillez de la fe de una mujer del pueblo que dejó que el Señor obrara en ella maravillas, aunque esto no le ahorrara el sufrimiento. Sencillez que, en el fondo, ha hecho que los zamoranos de tantas generaciones hayan reconocido en ella a su Madre: miembro de nuestro pueblo, que sufre y espera como nosotros, tratando de encajar desde la fe y la esperanza, el dolor que genera la pérdida de aquel a quien se ama.
La imagen de la Virgen, llorando discretamente, sin aspavientos, hacia adentro, nos lleva a aquel primer Sábado Santo de la historia en el que María tuvo que permanecer en casa, si poder visitar el sepulcro, porque, el precepto del Sabbat se lo impedía. Seguramente entonces se dio alguna escena como la que plasma esta imagen, o la que representan tantas otras de la Virgen de la Soledad que se encuentran repartidas por nuestros pueblos y ciudades. Nuestra Señora, de pie como mujer fuerte, lloraría hacia adentro, buscando en su interior ese consuelo y esa esperanza que solo Dios puede dar desde la fe.
La Virgen de la Soledad, en el interior de aquella casa, se vuelve hoy un icono y un refugio potente de todas aquellas personas que han tenido que despedir y despiden a sus seres queridos sin poder acompañarlos físicamente por las restricciones de esta dura pandemia que estamos viviendo. En ella están y buscan consuelo los padres, hermanos, familiares, amigos y compañeros de todos aquellos que han expirado en la soledad de una habitación de hospital, o en el aislamiento de sus domicilios. De todos los que han muerto de manera imprevista y acelerada por cualquier causa. De los que han sufrido un vertiginoso deterioro a causa de la soledad y la falta de estímulos y compañía. Ella, desde su sencillez y desde su soledad, llora con ellos, ora con ellos y espera con ellos la llegada de esa luz sin ocaso de la Resurrección.
Imagen: Virgen de la Soledad, de Ramón Álvarez, 1886 (Zamora)