SS.MM. los Reyes Magos han llegado a los hogares de nuestro país. Un momento de espera y de alegría infinita en nuestras casas. Nos ayudan a cultivar la paciente espera, a valorar la ternura de la infancia y a marcar en nuestra memoria la importancia de la familia. Una bonita tradición -por no decir la más bonita de todas- que nos recuerda la llegada de aquellos magos de oriente, que supieron seguir su estrella y ofrecieron al Niño Jesús, cuyo trono era un pesebre, oro como rey, incienso como Dios y mirra como hombre. Vieron lo que otros no lograban ver.

Y son muchos los aprendizajes de esta tradición, sin embargo hay uno que conviene no olvidar: la vida es un regalo. Y todo cambia cuando descubrimos que vivimos porque alguien un día supo amar, aunque no fuera el mejor de los padres. Que Dios nos regala la existencia, la nuestra y la de otros, y que a veces sólo la valoramos cuando la perdemos o la tragedia llama a nuestra puerta. Que hay cosas que se nos dan sin merecerlas, y que como buen regalo, estamos llamados a apreciar la vida, cuidarla y agradecerla.

Todos conocemos personas que viven desde la exigencia, y personas que viven desde el honesto agradecimiento. Reconocer que la vida es un don que no merecemos nos ayuda a tomar consciencia de lo frágil y bella que es la vida -también la del prójimo-, y a levantarnos cada día desde el agradecimiento más profundo y no desde la queja más costosa. Y sobre todo, que nos ayuda a reconocer la suerte que tenemos por vivir. Y, quizás por ello, asumir el reto de ser un regalo para otros, sabiendo que esto ya son cosas mayores.

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