El domingo pasado en la plaza de San Pedro el Papa Francisco soltó una paloma blanca tras hacer un llamamiento a favor de la paz. El gesto, seguramente repetido cada año, no ha pasado desapercibido porque en seguida un cuervo y una gaviota atacaron a la paloma en una escena que bien parece una metáfora de la realidad. Y es que la paz, que tanto cuesta ir logrando, es bien débil y frágil.

Cada año, en torno al 30 de enero, aniversario de la muerte de Gandhi, se celebra la semana de la paz. Tristemente, este año, hay que unir Sudán del Sur y la República Centroafricana a los lugares donde la paz se está quebrando y donde miles de inocentes ven peligrar sus vidas. Pues tras años de esfuerzos, equilibrios y negociaciones, la ambición de unos pocos, y los intereses de países ajenos, han hecho que vuelva el terror. Y no hay que irse tan lejos. Cada uno, en nuestros entornos domésticos, laborales, eclesiales o políticos vivimos tensiones que van pueden crecer y cristalizar en una violencia más o menos sutil.

La memoria de Gandhi, como la de Luther King, Ellen Johnson, Malala, Jesús de Nazaret y otras muchas personas que han entregado sus vidas a luchar por la paz, nos recuerda que en esa fragilidad es donde somos más fuertes, y que aunque sea débil y atacada por cuervos y gaviotas, tenemos que seguir trabajando para que en nuestro mundo reine una paz en la que podamos dar lo mejor de nosotros mismos.

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