El pasar una noche entera fuera de casa no nos resulta extraño a muchos. Bien porque hemos sido universitarios fiesteros o por motivos menos felices, como tener que pasarla en una sala de Urgencias, esperando, o viajando hacia un lugar lo suficientemente lejano como para tener que usar la noche. Todos, más o menos, somos conscientes de lo mucho que cambia la ciudad de noche, cómo la inseguridad nos gana el terreno -especialmente a las mujeres-, y el entorno conocido y mil veces transitado se vuelve hostil. Hasta que llegamos a casa, cerramos la puerta, soltamos las llaves, nos quitamos los zapatos y volvemos al hogar, la seguridad, la calidez de nuestro propio sitio, donde podemos al fin descansar.
Sin embargo, sabemos que para muchas personas esa calidez nunca llega. La ciudad de noche, con toda su carga de seguridad y hostilidad, es su hogar forzoso, el lugar en el que se ven obligados a descansar. Y nosotros, que conocemos nuestra ciudad y probablemente tenemos un conocimiento, al menos teórico, de que hay personas que duermen diariamente en sus calles, probablemente no seamos tan conscientes de la experiencia que supone dormir sin ningún tipo de seguridad, día tras día.
Por eso iniciativas como La noche sin hogar, tiene tanto sentido. No porque dormir un día al raso vaya a solucionar la enorme problemática que sustenta la realidad del sinhogarismo, ni porque ser solidarios una noche nos haga mejores personas. Sino porque nos dará la oportunidad de sensibilizar y visibilizar a tantos invisibles que duermen en nuestras calles, que a veces no son más que bultos de mantas y cartones que evitamos o junto a los que aceleramos el paso. Pero sobre todo porque nos pondrá en su situación, por una noche, sí, pero como oportunidad única de sensibilizarnos también a nosotros mismos. Como oportunidad de recordarnos lo que disfrutamos, la calidez de un hogar al que volver, y que muchas veces damos por sentado que siempre lo tendremos.
Esta iniciativa nos da dos claves fundamentales de cómo podemos cambiar aquello que no nos gusta de nuestras ciudades: la primera, que nada cambiará desde el sofá de casa, desde la rutina; y la segunda, que antes de solucionar debemos comprender y conocer, ponernos en el lugar de aquel al que pretendemos ayudar.
Ojalá esta sea la última noche sin hogar.