Todas las comodidades. Temperatura al gusto. Piscina, campo de tenis, y grandes vestidores llenos de ropa de temporada en cada dormitorio. Constante renovación de tecnologías, gadgets que hacen que cada vez sea más sofisticado el uso de la casa. En sus salones pasean, lánguidos, los hombres y mujeres que se consideran VIP, que no saben lo que es rezar por el pan de cada día. Organizan eventos y fiestas para entretener el tiempo. Disimulan las arrugas bajo capas de colágeno, y enmascaran el paso de los años tras horas de gimnasio. «Estás estupendo, querido». «Tú también, princesa».

En la foto no se ven otras mansiones cercanas. Solo cuando se va de unas a otras, para socializar y disfrutar con los propios.Tampoco se ven los muros y alambradas que rodean el recinto. Ni a los guardianes que, fuertemente armados, mantienen a raya a los intrusos. Pero tampoco se ve la efervescencia de la vida de fuera. Fuera. Allá donde se agolpa la gente, desbordante de juventud y ganas de luchar. Gente que está dispuesta a pelear mucho por construirse un futuro. Fuera, donde otro mundo está creciendo, lleno de vida, de posibilidades y de desarrollo.

Los habitantes de la mansión piensan que su posición es envidiable y creen que todos los que están fuera solo piensan en saltar sus muros. No se dan cuenta de que, cada vez más, se están convirtiendo en el reducto de otra época. Y que la vida real, poderosa, batalladora, se está jugando en otros escenarios. Otros escenarios donde se empieza a mirar con perplejidad a esta extraña fauna de gente que cree que los derechos les vienen de nacimiento, de clase y de coordenadas geográficas.

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