“Por tanto, también vosotros estad preparados, porque el hijo del hombre vendrá cuando no lo penséis.” (Mateo, 24:44).
No pretendo aquí exponer experiencias vividas, pero esta cita despierta en mí varias emociones que emanan de distintas historias con un nexo común: un acontecimiento inesperado. Una vez, escuché a alguien que, en el ocaso de sus días y tras sobrellevar cuál guerrero un diagnóstico tan difícil como imprevisto, dijo que el futuro no era más que el presente que pasábamos pensando en lo que íbamos a hacer. Nos invitaba a abrazar el hoy sin pensar en el mañana, acogiendo con serenidad y disfrute ese presente.
Estas palabras reflejan nuestra deuda con la obligación de dar cobijo sano a lo inesperado. La venida de Cristo es ejemplo claro de cómo Dios actúa de manera imprevisible. Así como María y José tuvieron que aceptar circunstancias inesperadas con fe y humildad —desde el embarazo milagroso hasta el nacimiento del Hijo en un lugar improvisado— nosotros también estamos llamados a recibir las sorpresas de la vida con aceptación, comprendiendo que algo más significativo puede estar ocurriendo.
La vida nos reclama humildad y confianza, aceptando que, aunque no siempre entendamos el porqué, Dios tiene un plan para nuestro bien. Nos enseña a soltar el control y acoger con fe lo que se nos presenta, sin revolvernos.
En Adviento, preparémonos no sólo para el nacimiento de Jesús, sino para recibir luz, esperanza, fortaleza y sabiduría en cualquier circunstancia. Que sea Dios quien ilumine nuestros pasos, incluso si no es lo que habíamos previsto.