Es interesante observar cómo hablan los medios de comunicación acerca de la pandemia. Cuando uno se arma de ilusión para abrir un periódico, escuchar las noticias en la radio o navegar por un medio digital parece que la Covid-19 sea un virus que tuviera una forma de ser numérica.
Durante el confinamiento el momento álgido para la televisión era la publicación del dato sobre los fallecidos, enfermos trasladados a cuidados intensivos, ingresados en los hospitales y contagiados. Hoy, meses después, sigue sucediendo lo mismo. Aparecen tasas, nunca antes vistas, sobre los hospitalizados, explicaciones estadísticas sobre las probabilidades de contagio al aire libre, en un aula o en una reunión familiar, entre otras. Es más, si uno resulta contagiado por el coronavirus le espera un tratamiento cimentado sobre lo que ha funcionado a la mayoría. Así han aprendido los médicos al administrar los medicamentos adecuados según el cuadro del paciente, mejorando los resultados desde que se inició la pandemia. Sin embargo, me pregunto si la estadística basta. Sin duda, los números ayudan, pero no son suficientes como para describir y descifrar la realidad.
Quizás como sociedad estamos aún a tiempo de hacernos preguntas antes de convencernos de que el big data va a resolvernos la dificultad que supone comprender y elegir el bien en un mundo cada vez más complejo. Resulta sorprendente que nadie levante la voz para recordar a Hegel, que se preguntaría sobre el deber de las instituciones en una pandemia, o a Kant, que subrayaría la moralidad de las elecciones que tomamos, o a Aristóteles, que nos interrogaría sobre la finalidad de nuestro comportamiento personal y social, o a Platón, que buscaría la idea detrás del conocimiento, o a Hobbes, para plantearnos adecuadamente de qué lado estar frente a la tensión entre libertad individual y restricción de dicha libertad por parte del poder público en pro de la seguridad sanitaria.
Gracias a los datos creemos que todo tiene solución. La ciencia ya no razona con hipótesis y experimentos. Ahora basta con la correlación de datos. La revolución informática permite que con un ordenador se pueda transformar casi cualquier problema humano en estadísticas, gráficas y ecuaciones. Lo inquietante es la ilusión de pensar que estos problemas se van a resolver solo matemáticamente. Porque depositar nuestra fe en los números sería conformarse a considerar al ser humano como nada más que una cadena de información genética condensada en una molécula llamada ADN. Menos mal que inagotablemente experimentamos cada jornada que «el Señor Dios modeló al hombre de arcilla del suelo, sopló en su nariz aliento de vida, y el hombre se convirtió en ser vivo» (Gn 2, 7).