Creo en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica… que es también pecadora, humana y frágil.
Creo en una Iglesia de todos, especialmente de los pobres y los que sufren.
Creo por quienes dieron la vida y por quienes, día a día, la reciben de ella para seguir adelante.
Creo por los pobres que esperan sólo en Dios, y por todos los que vuelven a él agradecidos.
Creo en la Iglesia de los santos, los de todos los días y la de los pocos cientos que están en los altares.
Creo en la Iglesia de Jesús de Nazaret, que predicó la ley del amor y de la misericordia, y que rechazó las costumbres de los fariseos.
Creo en la Iglesia de mis padres cuando me bendecían, la de mis abuelos cuando me hablaban de Dios. La Iglesia que me enseñaron y de la que sigo aprendiendo.
Creo en la comunidad reunida alrededor del pan compartido. La Iglesia de la gente que celebra la misa, la de los catequistas, de las familias que rezan unidas y también, la de los sacerdotes y obispos.
Creo en una Iglesia que no teme al mundo que surge, que no ofrece las respuestas del ayer para los problemas del mañana.
Creo en una Iglesia que es capaz de una mirada profunda de las circunstancias sociales y que no teme gozar de lo bello y bueno de nuestro mundo.
No creo en una Iglesia envejecida que adolece de sus caprichos sino en una Iglesia jovial y sabia en su vejez.
No creo en una Iglesia que no dialoga y solo enseña sino en una Iglesia que acompaña y recibe la vida como viene.
No creo en una Iglesia hecha a la medida de emperadores sino en una en la que todos somos «sacerdotes, profetas y reyes» desde nuestro bautismo y, realmente, creo en el sueño de una Iglesia vestida solamente de Evangelio y sandalias.
Creo en la Iglesia de la humildad y del servicio: la Iglesia de las hermanas, de los misioneros, de los párrocos, de los que sirven de corazón sin ser reconocidos. En la Iglesia que es madre y que busca reconocer a la mujer como parte de su identidad, riqueza y valor.
Creo en esta Iglesia que desea hacer a la persona más humana, que ayuda silenciosamente a que el bien crezca como la levadura en la masa. En una Iglesia libre y profética y que, si falla, al menos no habrá sido por el temor a equivocarse. La Iglesia que pide y recibe el perdón; que busca reconciliar a la humanidad herida.
Creo en una Iglesia viva, de puertas abiertas y en salida, que conoce de la alegría de la resurrección y que nos conduce a la vida eterna.
Creo que si algo pudiera cambiarle a esta Iglesia sería, en primer lugar a mí mismo y creo, también, que la conversión comienza con nosotros, con nuestro trabajo y amor por ella.
Esta es la Iglesia en que creo, gracias a que tantos otros han hecho de su vida este credo. Es la Iglesia de Cristo construida en la fe de todos los que creemos, y en la que me alegro de vivir mi fe, mi vocación y de ser parte del pueblo de Dios que camina siguiendo sus pasos.