Seguramente no convenga exagerar más de la cuenta. Quizá de entrada suene algo frívolo así dicho, pero es precisamente porque la situación ya es de por sí suficientemente dramática, como para encima aún sobrecargarla con más agravios.

La interpretación justa del desencuentro de despacho oval entre Zelenski y Trump en la Casa Blanca sólo nos la podrá dar el tiempo: si fue un punto de inflexión en la extensión de la guerra en Ucrania, una escenificación pública de las negociaciones u otra cosa, quién sabe. Lo que podemos ver es que paradójicamente la palabra paz está siendo la mayor fuente de hostilidades entre EE. UU., UE, Rusia y Ucrania. Cada uno la entiende de una manera, y no sólo, sino que en consecuencia pretenden imponer salidas diferentes al conflicto en Ucrania.

Para comenzar a disolver la guerra, podría bastar una constatación: no acabará ni con la aniquilación ni de Ucrania ni con la de Rusia. Guste más o menos, tal y como están las cosas, ni los rusos llegarán a Kiev ni los ucranios llegarán a Moscú. Por cuanto cueste decírnoslo, están condenados a negociar. ¿Cómo sentarse en la misma mesa del enemigo? Superar la incomodidad que genera este horizonte es el mayor drama que se presenta tras tres años de guerra. Pero es precisamente ahí donde más merece la pena volcar los esfuerzos. La historia se puede resumir en buenos acuerdos de paz y en malos acuerdos de paz: acuerdos generadores de un futuro esperanzador o que dan el primer paso hacia el próximo conflicto. En la medida en que con creatividad y generosidad se pueda lograr para todos reconocimiento, perdón, garantías y reparación nos salvaremos o caminaremos hacia la Tercera Guerra Mundial.

Te puede interesar