Existen muchas maneras de contemplar y afrontar la discapacidad intelectual. La más simple es ignorarla. Yo quiero presentarla desde mi triple condición: ser humano, padre de dos hijas con discapacidad intelectual, y seguidor —con evidentes limitaciones— de Jesús de Nazaret. Si se me permite, abordaré en este y sucesivos espacios los tres escenarios, empezando hoy por el primero: la realidad biológica del ser humano. 

Desde la realidad biológica que nos ofrece la ciencia, podemos afirmar que todo ser humano engendrado queda inscrito y embebido en la familia humana, y queda dotado inapelablemente de sus atributos y esencias, firmes e invariables, no supeditados a la contingencia. Algunos de estos atributos poseen alto significado y contenido, por ejemplo la dignidad. Otros conllevan riesgo, por ejemplo la fragilidad. La fragilidad humana es consustancial a la vida, por eso la vida humana —toda ella y la de todos los seres— ha de ser contemplada como vida en precario, vida urgida por las necesidades y apremiante de apoyos. 

Es la propia biología humana, el modo en que se desenvuelve y expresa, la que explica, por un lado, su diversidad y, por otro, su fragilidad. Es decir, diversidad y fragilidad son las dos caras de una misma moneda. La diversidad comprende la posibilidad de hablar o no hablar, de razonar mejor o peor o incluso de no razonar, de tener mayor o menor capacidad para hacer esto o lo otro. El lenguaje, el razonamiento, la risa, la autoconciencia definen al ser humano como especie, cualidades o dimensiones que han sido lentamente generadas en el devenir evolutivo.

Pero en ese mismo devenir evolutivo se ha ido desarrollando la diversidad como dimensión ineludible de la especie, de tal modo que aparece el individuo carente de dichas cualidades y, sin embargo, es miembro intrínsecamente constituyente de la familia humana. Al individuo lo define la biología heredada, con sus aciertos y sus fracasos, incluso si esos fracasos significan la devaluación de las cualidades que, genéricamente, dotan a la especie humana de su especial grandeza. Hasta el punto de que, para algunos, la primera nota que define a la especie humana es la vulnerabilidad: el ser humano es una estructura indigente, precaria en si misma; vive en el ámbito de la insuficiencia, la fragilidad, la menesterosidad.

En conclusión, si la vulnerabilidad es consustancial a la naturaleza humana, la vulnerabilidad nunca puede convertirse en elemento o fuente o excusa de marginación, de discriminación o de muerte de los seres humanos.

(Jesús Flórez es director de la Fundación Iberoamericana Down21(www.down21.org) [email protected])

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