Un vendedor de perlas solía bajar todos los lunes a la ciudad de su pueblo para venderlas. Cada semana caminaba un largo trayecto y con paciencia se sentaba en su espacio reservado en la feria, pero nunca lograba vender nada. Regresaba a su casa con la misma cantidad de perlas, y su esposa le recibía con una pequeña sonrisa. Cansado de no poder vender las perlas, decidió encontrar una forma inteligente de atraer a las personas. Después de pensar durante un largo tiempo, encontró la solución perfecta. Decidió construir una caja hermosa para ubicar sus perlas y así atraer la atención de los compradores. La construyó con mármol preciado y le colocó diamantes de colores en los bordes. La tapa estaba hecha de oro puro y en su interior tenía una tela de lino para posar las perlas. El vendedor estaba satisfecho con su obra, así que salió el siguiente lunes hacia el pueblo y se ubicó en su espacio correspondiente. Abrió su bulto, y al sacar la caja, la gente comenzó a agolparse a su alrededor. Todos esperaban la apertura de tal belleza, deseando ver lo que tan majestuosa creación contenía. El vendedor abrió la caja y, para su sorpresa, todos quedaron decepcionados; eran las mismas perlas de la semana pasada. Las personas comenzaron a ofrecer dinero por la caja, pero nadie ofreció nada por las perlas que contenía. El vendedor regresó entristecido y sin poder comprender el fallo de su plan.

Los griegos llamaban Telos a la finalidad por la cual algo ha sido creado. Muchos de ellos pensaban que para alcanzar la felicidad, la persona debía encontrar el propósito de su existencia. A veces, en nuestra búsqueda de reconocimiento y aceptación, nos embarcamos en la construcción de «cajas» brillantes para presentar nuestras cualidades. Pero, al igual que las perlas, nuestra esencia y valor fundamental permanecen inalterados. La autenticidad y la calidad interior son las verdaderas joyas que poseemos. Jesús, en sus enseñanzas, nos recordó la importancia de no dejarnos llevar por las apariencias. En el evangelio, encontramos la invitación constante a mirar más allá de la superficie y reconocer el valor del alma, la compasión y el amor genuino. En nuestra vida diaria, recordemos que cada uno de nosotros es como una perla única, valiosa por nuestra autenticidad y esencia. No necesitamos adornos lujosos para destacar; la luz de nuestra verdad interna brilla por sí sola. Al contemplar la historia del vendedor de perlas, reflexionemos sobre nuestras propias «cajas» y cómo presentamos nuestras vidas al mundo. ¿Estamos enfocados en la superficialidad, o permitimos que brille la autenticidad que reside en nuestro interior?

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