Recuerdo cuando llegamos a vivir a la República Dominicana, un lugar donde la gente que nos rodeaba y sus contextos nos iban revelando muchas carencias en lo material. Recuerdo que ante la amabilidad y la generosidad de la gente a veces respondíamos rechazando algunas invitaciones o gestos de acogida, conscientes de que para esas personas eso estaba suponiendo un importante esfuerzo. Un día, tras una de esas negativas, alguien nos miró con gran ternura y también firmeza, y nos dijo “pero déjense querer, muchachos”. A partir de ahí hemos ido aprendiendo mucho sobre el dejarse acoger; lo que significa ser acogidos, y lo que supone para la persona que desea acoger.
En relación con nuestro acoger, lo hemos ido entendiendo como el tratar de ser sensibles a las realidades y necesidades de la otra persona, desde las más materiales (una cama, comida, etc.), a otras, como sus ideas, sentimientos… Y una vez abiertos a esa realidad, acogida quiere decir poder responder abriendo las puertas, las de nuestra casa y las de nosotros/as mismos/as. Darnos cuenta de que las fronteras o límites que ponemos, no solo nos protegen, sino que muchas veces también nos limitan a la hora de encontrarnos con el corazón de otras personas. Poder transformar las fronteras en brazos que acogen.
En el otro lado del concepto Acogida tenemos el dejarse acoger: esto tiene que ver con el poder conectar con la parte más vulnerable de nosotros/as, la que nos hace descubrir que necesitamos de las otras personas. Aún cuando creemos que lo tenemos todo, que no necesitamos a nadie, que lo que tenemos vale tanto que es difícil que nos puedan dar algo que nos esté faltando… una imagen que nos ayudó mucho a entenderlo es la propia experiencia de Jesús en su vida cuando fue tantas veces acogido, incluso como extranjero, así como por los más pobres y excluidos. En la forma en que él vivió esas experiencias nos muestra su enorme humildad, capacidad de amar, y cómo con esa actitud siempre dignificó a quien le acompañó.
Acoger y dejarse acoger son conceptos ligados e inseparables: cuando me acogen, yo también acojo, ya que estoy aceptando a la vez al otro/a… Todo un trabalenguas de posibilidades y sentidos que, al vivirlos, nos llenan de felicidad y nos ponen en el camino que invita a vivir Jesús.