Este 7 de mayo, Jean Vanier (1928-2019) nos ha dejado para pasar a la casa del Padre. Ha sido un hombre extraordinario: profeta en muchos aspectos de su vida, laico entregado con pasión a la causa de Jesucristo en los más pobres y pequeños, y específicamente en las personas con una discapacidad.

Allá por el año 1971 recogió la llamada angustiada de una familia con dos hijos con discapacidad que vivieron en propia carne, en Lourdes, las consecuencias de ser diferentes en una sociedad que venía silenciando la presencia en público, también en la Iglesia, de la persona con discapacidad. Jean Vanier, que ya había fundado la Comunidad El Arca organizó junto con una laica, Marie Hélène Mathieu, una peregrinación a Lourdes en la que participaron 16.000 personas: personas con una discapacidad intelectual, familiares y amigos. Fruto de esta iniciativa surgieron las comunidades Fe y Luz.

Filósofo y teólogo dotado de un don especial para transmitir la anchura, la profundidad y la hondura de la Palabra de Dios, lo que destacaba en Jean es su profunda y en muchos aspectos revolucionaria concepción de la persona y de sus heridas. Cuando Jean Vanier decía que cada persona es una historia sagrada, lo creía profundamente, y llamaba a descubrir, desde la aceptación de las propias heridas y limitaciones, el don de la amistad con el otro, aceptándolo con sus heridas y limitaciones, pero con toda su capacidad de amor y de amistad.

La amistad que construye comunidad está en el centro de todo el pensamiento de Jean Vanier: el otro, la persona con una discapacidad psíquica, no quiere que hagamos cosas por él, quiere nuestra amistad y con ello ayudarle a confiar en sí mismo y a descubrir sus dones. Esta es la esencia de las comunidades de Fe y Luz y el Arca, que la persona con discapacidad psíquica tiene un don especial para la Iglesia y el mundo.

«El descubrimiento dentro de la fe de que Jesús ama a todos los hombres y especialmente a los marginados ayuda a la persona a descubrir su propia dignidad de hijo de Dios. La manera de la comunidad de acoger la muerte de un hermano, ayuda a algunos a superar su miedo a la muerte. Por lo mismo, la Eucaristía y la oración en común ayudan a descubrir que todos somos disminuidos de corazón, prisioneros de nuestros egoísmos. Pero Jesús ha venido para curarnos interiormente, salvarnos y liberarnos por el don de su Espíritu. Es la Buena Nueva que él trae a los pobres: no estamos solos en nuestra tristeza, en las tinieblas de nuestra soledad, en nuestros temores, en nuestra afectividad y en nuestra sexualidad trastornada. Él nos ama y está con nosotros. ‘No temas, yo estoy contigo’».

(J. Vanier, La comunidad. Lugar de perdón y fiesta, 302)

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