La entrada de Jesús en Jerusalén el Domingo de Ramos no nos queda tan lejos. Mientras llegaba, Jesús miraba de lejos a la tierra donde iba a padecer tanto y veía gente que le alababan con palmas. Estaban contentos, pero no plenos del Señor. Los apóstoles mismos estaban dando saltos por la gran acogida que estaba teniendo Jesús, pero él lloraba. Lloraba al ver una tierra que aparentaba felicidad y aparentaba que lo quería y lo glorificaba, pero sólo Jesús veía la verdad, veía un pueblo vacío, ignorante de lo que venía hacer en este mundo y parecía que ni los más cercanos a él lo habían entendido o lo habían escuchado durante este tiempo atrás.
Y efectivamente las lágrimas de Jesús eran ciertas tras el aparatoso recibimiento. Entró en el templo y vio que el ser humano había corrompido la casa de oración de su Padre. Fue entonces cuando las lágrimas se convirtieron en decepción y enfado… ¡Jesús enfadado! ¡enfadado y serio!, porque en el interior del templo no había nada… Y pensaremos «¡pero si no estaba vacío!». Pero, sin embargo, allí no había nada que ofrecer a Dios…
Me imagino a Jesús entrando en el mundo de hoy. Vería a muchos cristianos subiendo frases a Instagram, fotos o textos sobre el Domingo de Ramos. Vería cómo muchos le alaban en Semana Santa y se emocionan con los pasos… Vería cristianos teniendo una fe superficial, una fe de Instagram…
Entraría en este mundo como entró en Jerusalén llorando.
¡Porque cuánto se lleva aparentar hoy en día…! Me pregunto qué vería si entrara en el templo de cada uno de nosotros, si entrara en nuestro interior. Porque, al fin y al cabo, cada uno somos templo de Dios.
Probablemente se entristecería al ver que hemos llenado la casa de Dios de absolutamente nada importante. Y así, no sabemos tener una relación de verdad, una relación íntima con el Padre. Es hora de dejar que Jesús suelte las palomas y tire las mesas de nuestro interior. Es hora de dejarnos de mensajes en redes y de aparentar y empezar a limpiar nuestro corazón.
Jesús ni quiere recibimientos triunfales, si éstos están vacíos. Quiere sinceridad, autenticidad, dedicación…. Porque, está muy bien compartir lo que tanto nos llena, pero tenemos que dejar primero que nos inunde el corazón de amor, tener un sitio transparente para acoger la muerte y Resurrección de Dios.
Es hora de dejarnos de posturear, de olvidarnos del momento foto y empezar a buscar a Dios y así sentir y afrontar la vida que tenemos en nuestro interior.