Eso es lo que creo que estamos viviendo: un auténtico tiempo cuántico. Me explico. Si algo nos ha enseñado la Física Cuántica es que no tenemos nada seguro, que hay que aceptar que la realidad está compuesta de incertidumbre, de misterio y enigma, y de que la certeza es un sueño, quizás una utopía, que ni la ciencia puede resolver.
Las cosas hoy son, pero mañana pueden ser de otra manera, y no solo porque nosotros cambiemos, sino porque todo es susceptible de cambio. El cambio es actividad, y la vida no sería tal si no incluyera la acción constante, el movimiento, la adaptación, la revolución, la renovación.
Empezaba yo diciendo en este artículo que vivimos un tiempo cuántico, esto es, tiempo de incertidumbre, sin solución concreta y definitiva (por desgracia), donde nada es lo que parece ser o lo que es en realidad: hablamos de desescalada como si tuviéramos la certeza de haber llegado a la cima; hablamos de sentirnos cerca a pesar de la distancia pero, en el fondo, un atisbo de soledad nos amenaza si nos asomamos muy adentro de nosotros; hablamos de volver pronto a nuestras vidas pero no sabemos concretamente cuáles van a ser esas ‘nuestras vidas’. Hablamos, hablamos sin parar; de lo que leemos, de lo que oímos, de lo que se dice… pero, en realidad, ¿qué sabemos de todo ello?
Lo cierto es que, en el fondo, tanta incertidumbre no es mala. Esta situación de «no saber muy bien» quizás sea la piedra en el camino que nos sirve de reto para ser mejores de lo que algún día llegamos a ser. El otro día, en una clase del Máster que actualmente curso, el profesor hablaba de que, precisamente, el logro de las grandes virtudes solo es posible en las personas que están «realmente tocadas», en aquellas que tienen un lado oscuro y no lo ocultan, pues, si alguien es perfecto en sí mismo… ¿a qué reto debe enfrentarse para ser mejor? Las dificultades son la oportunidad que se nos otorga para pulirnos, para darnos forma y construirnos… solo hace falta reconocerlas en nosotros mismos.
Pues bien, ahora estamos ante ese reto. El reto es nuestra propia incertidumbre, nuestro ‘no saber’ cómo salir de verdad de esta pandemia (vírica, psíquica, política, económica, moral, espiritual… porque está tocando a muchos niveles) en la que nos encontramos. Y no se trata de una cuestión de ideologías, de si los de un color lo harían mejor que los de otro… No, no. Se trata de una cuestión de aceptación de que no sabemos, de que somos vulnerables. Se trata de descubrir en esa ‘pequeña singularidad’ que somos el hecho de que solamente juntos y con un propósito común (el de querer salvar el único mundo que conocemos y nos conoce) es cómo conseguiremos salir de esta.
Esto último también nos lo ha enseñado la ciencia. No conoceríamos el misterio del átomo si no hubiera habido toda una retahíla de científicos que, sobre lo que unos habían dicho antes, han ido construyendo (y no pisando) nuevas teorías y modelos, con el único y loable propósito de conocer cómo está constituida esta maravillosa realidad que nos rodea. No es una cuestión de tener razón. Es una cuestión de hacer honor a la verdad por el mero hecho de ser mejores, que no más poderosos, y de aliarnos con una naturaleza que sabe infinitamente más que nosotros.
No, no es tan mala esta incertidumbre. Para nada lo es si la enfocamos como la oportunidad para seguir adelante en este ‘progreso’ en el estamos involucrados desde que el ser humano dejó los árboles para caminar sobre tierra firme.