Hace apenas unos días Denis Mukwege y Nadia Murad fueron galardonados con el Premio Nobel de la Paz 2018. De esta manera el mundo reconocía la lucha contra la violencia sexual a las mujeres. Mukwege, ginecólogo congoleño, ha trabajado operando a víctimas de la violencia sexual de la guerra de Congo, el conflicto más mortífero desde la II Guerra Mundial. Murad, iraquí perteneciente a la minoría religiosa yazidí, fue secuestrada y vendida como esclava sexual por el Estado Islámico con tan solo 19 años.

Durante siglos la violencia sexual en un conflicto bélico se consideraba algo como inevitable. En la Segunda Guerra Mundial las violaciones y vejaciones sexuales fueron masivas. Ninguno de los tribunales organizados por los aliados para juzgar crímenes de guerra –Tokio y Nuremberg– reconocieron el delito de violencia sexual. No fue hasta que la opinión pública europea, tan distraída y distante a todo lo que quede lejos del continente, se conmocionó al saber que en los Balcanes, a menos de una hora de vuelo de Viena o Roma, 60.000 mujeres eran violadas durante la guerra civil de la ex Yugoslavia. Luego saldrían a la luz cifras escalofriantes: 60.000 mujeres violadas durante la guerra civil en Sierra Leona (1991-2002), más de 40.000 en Liberia (1989-2003) y, desde 1998, 200.000 en la guerra de la República Democrática del Congo.

Los reconocimientos internacionales visibilizan conflictos y dan a conocer al mundo situaciones injustas. La lista de galardonados con el Premio Nobel de la Paz es –en algunos casos– un ejemplo de trabajo por la justicia: Martin Luther King, santa Teresa de Calcuta, Cruz Roja, etc. Representan la mejor cara de la humanidad.

El Nobel al doctor Mukwege y a Nadia Murad es sin duda una buena noticia. El error sería quedarnos simplemente en un titular compartido en redes sociales. Las víctimas llegan a nuestros barrios con nombres y apellidos. Son las mismas. Muchos de los africanos bloqueados en Nador, a las puertas de Ceuta, o los migrantes expulsados o encerrados en un CIE están huyendo precisamente de esa misma violencia sexual en sus países de origen, o de la falta de oportunidades, o de la incapacidad de tener un mínimo de educación, trabajo o comida. No sirve para nada compartir la noticia del Nobel de la Paz en Facebook o en Twitter e ignorar que, a pocos metros de mi casa o de mi trabajo, esas mismas personas son objeto de marginación.

Denis Mukwege declaró: «En un mundo de valores invertidos, rechazar la violencia significa ser disidente». Quizás para nosotros la disidencia consista simplemente en acoger al que viene de fuera. Ese será el mejor reconocimiento a su dolor.

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