Una tensión indudable en la pastoral de hoy es la que tiene que ver con el lenguaje y lo explícito. ¿Qué decir y qué callar? ¿Ser explícitos o implícitos? ¿Hablar de contenidos religiosos o de valores humanistas que sean más comúnmente aceptados? No hay una respuesta única, sino muchos contextos y situaciones diferentes.
Hay algunos lugares donde, por trayectoria, por educación, o por prejuicio, en cuanto mencionas la palabra «Dios» u otros términos claramente religiosos, la gente puede desconectar. Ocurre un poco como con aquellos atenienses que, oyendo a Pablo hablar de la resurrección de los muertos, se pusieron estupendos y le dijeron que ya si eso le escucharían otro día. En esos contextos, puede ayudar empezar a hablar desde vivencias, intuiciones, anhelos o ansias que son universales, para conectar con las personas, antes de llegar a intentar mostrar cómo esas ansias apuntan a Dios.
En cambio, hay contextos donde precisamente lo que se busca y se espera hoy en día es la explicitación religiosa. Porque en esos ámbitos hablar tan solo de valores, psicología o conceptos que lo mismo se utilizan en una tertulia televisiva, en un mitin político, en la rueda de prensa de una ONG o en una charla entre amigos, siendo todo ello muy valioso, no es suficiente. Y es que tal vez hoy de un agente de pastoral se espera algo más.
Aquí no caben los maximalismos. No cabe decir que siempre y en todo momento hay que explicitar la propia fe, como no cabe decir que es que para ser inclusivo no puedes hablar de ella por miedo a que desconecten los que no la comparten. Creo que hay varias preguntas necesarias antes de decidir cómo hablar.
Una, ¿a quién quieres llegar? ¿a gente ya creyente? ¿a gente en una búsqueda religiosa? ¿a gente distante? ¿a los alejados?
Dos, ¿en qué foro estás hablando? Si es un ámbito de pastoral, yo diría que hoy en día se hace necesaria la explicitación, porque cada vez hay más ignorancia. Hay cada vez más gente que sobre la religión ya no tiene ni siquiera prejuicio, sino sólo un desconocimiento total. Es decir, pronto lo nuestro será de verdad (ya lo es bastantes veces) un primer anuncio.
Tres, ¿qué quieres? Tan sencillo como eso. ¿Estás en un contexto evangelizador explícito? ¿Buscas dar formación religiosa? ¿Mostrar la plausibilidad de Dios? ¿Dialogar, desde la fe, con los increyentes? Todo eso hoy requiere explicitación. O tal vez puedes estar en un contexto donde la construcción del Reino de Dios pasa por la cooperación con otros para algo más concreto, y ahí donde se está hablando de justicia tú sabes que se está hablando de bienaventuranza, donde se habla de derechos humanos tú hablas de Amor, y donde se habla de personas vulnerables tú hablas del prójimo y la parábola del buen samaritano, aunque no se explicite así.
De nuevo, y como en otros casos en esta serie de artículos, la tensión no se resuelve yéndose hasta uno de los dos extremos. La nula explicitación diluye la buena noticia. La constante y omnipresente explicitación tal vez dificulta el primer contacto con los alejados. Por eso, siempre será fundamental preguntarse antes a quién, dónde y para qué hablamos.
Dos pistas que quizás pueden ayudar. Quien se empeña en que siempre y solo hay que ser explícito, es posible que ya no sepa escuchar o intuir que el espíritu habla y sopla en muchos lugares, y hay que aprender a escucharlo y a percibirlo. Quien, en cambio, se siente incómodo explicitando su fe y no lo hace ni siquiera cuando sería posible y esperable, quizás ha asumido, sin darse cuenta, una actitud un tanto vergonzante, o presupone y acepta en los no creyentes un nivel de intolerancia que a menudo está más en el complejo del apóstol que en la actitud de quien escucha.